R.C Sproul fue uno de los eruditos contemporáneos más estudiosos y difusores de la teología del calvinismo. En su libro La Mano Invisible, publicado en 1996, cubre los aspectos de la divina providencia y reafirma el hecho de que Dios se preocupa por cada detalle del universo. En su libro, expresa también la idea fundamental del reformador francés Juan Calvino: la doctrina de la “Providencia”. Para Sproul, la obra consumada de la creación se sostiene gracias al continuo cuidado providencial de Dios. Al mismo tiempo, remarca que Calvino sostenía que el orden creado por Dios es bueno, mientras que el orden actual diseñado por los hombres no lo es, aún cuando todo se encuentra bajo el cuidado de Dios.
De este concepto emanaba una doctrina mucho más compleja del calvinismo llamada “La Iglesia Invisible”. Para Calvino los cristianos formaban parte de una congregación invisible, la cuál era el cuerpo de Cristo mismo trabajando, en acción y en movimiento en la tierra. Mientras tanto, los no cristianos tampoco estaban fuera del alcance de la soberanía de Dios. Bajo la doctrina de la “gracia común”, en la que Dios bendice de manera innumerable tanto a justos como a injustos, nadie realmente está en desventaja.
Bajo esta perspectiva providencial calvinista, por medio de la gracia soberana de Dios, cada quien tiene sus dones que provienen de lo alto. De esta forma, nadie debe intentar controlar el curso perfecto y armonioso de esta naturaleza infinita y sublimemente compleja. Al mismo tiempo, nuestro propósito, como seres creados a imagen y semejanza de Dios, es justamente la búsqueda pacífica de la verdadera felicidad espiritual que, bíblicamente hablando, solo se encuentra en la plenitud del conocimiento de la persona de Jesucristo. Asímismo, en medio de tal peregrinaje, todos los seres humanos, de todas etnias y culturas, somos sustancialmente iguales ante la providencia de una “mano invisible”, que aparece no sólo como una fuerza externa que establece de manera soberana y arbitraria todas las cosas, sino también como una fuerza que todo lo encamina y todo lo ordena.
En consonancia, la visión clásica protestante de la divina providencia sostiene que cada evento (incluidos los pensamientos, elecciones y acciones humanas) ocurre de acuerdo con la voluntad soberana de Dios. “Todas las cosas”, declara el Catecismo de Heidelberg, “no vienen por casualidad, sino por Su mano Paternal”. Esta visión de la providencia permite una causalidad humana genuina: la acción divina y la humana se mantienen juntas.
Sin embargo, mucho antes que el escritor R.C Sproul reflexionara sobre la mano invisible, en el siglo XVIII, Adam Smith escribió un libro que se ha convertido en el clásico de la teoría económica occidental: "La riqueza de las naciones". Publicado en 1776, en ese libro, Smith intentó aplicar el método científico al campo de la economía en un esfuerzo por descubrir qué causa, o qué produce, ciertas respuestas económicas y contrarrespuestas en el mercado. De esta manera, fiel a la tradición protestante, Smith comenzó a hablabar de una mano invisible. En otras palabras -explica R.C Sproul- Smith estaba diciendo: "Sí, hay causas y efectos ocurriendo en este mundo; pero -principalmente- tenemos que reconocer que tiene que haber un poder causal último o no habría poderes causales inferiores. Así, todo el universo está orquestado por la mano invisible de Dios".
"En algún momento, los cristianos debemos comprender que la idolatría todavía es una de las grandes luchas espirituales. Es una batalla vigente contra toda idea o filosofía que usurpe el trono de Dios en nuestras mentes y corazones. El Estado ha sido erigido como objeto de fe y como aquel que define el bien y el mal, desplazando y reemplazando a Dios (algo por lo que bogaba Marx). El Estatismo es idolatría, y en el socialismo/comunismo es donde más se puede ver, al igual que sus efectos, afines a la agenda enemiga (mentir, matar, robar y destruir)". Diego Franco (MMB, MDiv Candidate, profesor y pastor de la Iglesia Bíblica del Camino, Córdoba, Argentina)
La Reforma Protestante
Todo historiador serio conoce la Reforma Protestante cómo la antesala que permitió a Europa pasar del feudalismo al capitalismo. Como contraposición, fue la Contrarreforma católica la que llegó a Latinoamérica, y no la Reforma Protestante. En Europa, los ideales de la Reforma Protestante -el enfoque bíblico del trabajo y el sacrificio como mandato divino, la importancia de la alfabetización para una sana y personal comprensión y devoción de la Ley de Dios, la importancia del valor de la palabra a fin de evitar la mentira, el fraude, y la corrupción, entre otros- tuvieron mucha dificultad para ingresar y expandirse en la región latinoamericana. De esta forma, mientras la palabra de Dios iluminaba las mentes de los europeos y mientras las tinieblas del oscuro poder feudal papal quedaban atrás, el pensamiento liberal capitalista, derivado de la Biblia, avanzaba en aldeas, ciudades y países enteros.
Sin embargo; al suroeste del continente, al otro lado del océano, pocos fueron en aquellos brillantes, aunque revoltosos, años del siglo XVII y XVIII, quienes fueron fuertemente influenciados por la tradición protestante en las tierras de ultramar. En Norteamérica, si, se podrían mencionar innumerables figuras clave como algunos filo-deístas como Thomas Jefferson y Benjamin Franklin. Sin embargo, al sur del continente habría que esperar casi un siglo más para que, por ejemplo, aparezcan intelectuales como Juan Bautista Alberdi, fuertemente influenciados, por ejemplo, por Adam Smith.
Aun así, pese al gran esfuerzo de los intelecutales latinoamericanos de aquellos años, hay que reconocerlo: la Contrarreforma católica había hecho un muy buen trabajo en encadenar las almas de los nativos, mestizos, misioneros y colonos al yugo universal e indulgente del Papa. Si, se valora enormemente también la llegada de valientes misioneros protestantes europeos que, luego de atracar en las costas del Imperio del Brasil y del ex-Virreinato del Río de la Plata, resistieron valerosamente el poder de los -casi proscritos- Jesuitas. Sin embargo; lamentablemente para los latinoamericanos, el noble ideal de los misioneros protestantes en querer transformar el Nuevo Mundo por medio de la Escritura no fue comparable, por lejos, a la gigantesca labor realizada siglos antes en el viejo continente. Por tanto, no es de extrañar que entrado ya el siglo XX, y el nuevo milenio, Latinoamérica continúe adoptando una y otra vez, de manera enfermiza nuevos tipos de neofeudalismo, llámese marxismo, fascismo, socialismo, peronismo, Teología de la Liberación, chavismo, Foro de Sao Paulo, marxismo cultural, o Agenda 2030 promovida por Naciones Unidas.
En simples palabras, es importante dejar en claro que Latinoamérica nunca ha sido expuesta de manera profunda, radical y transversal a la Reforma Protestante. Esta nunca llegó a Latinoamérica y por lo tanto, los valores políticos, económicos, sociales y culturales derivados de esta, como la democracia liberal o libre mercado, salvo pocas excepciones, nunca penetraron en profundidad las almas de los habitantes de esta sufrida y bendita tierra.
Adam Smith
Smith nació en Kirkaldy, Escocia, en 1723, y fue bautizado el 5 de junio de ese mismo año. Fue criado por su devota madre presbiteriana después de la muerte de su padre cuando tenía tres años y, como la mayoría de sus contemporáneos, asistió a la iglesia escocesa con regularidad durante toda su vida.
A los catorce años abandonó su pueblo natal para ingresar en la Universidad de Glasgow. En este centro se apasionó por las matemáticas y recibió la influencia de Francis Autcheson, afamado profesor de filosofía moral y hombre de fuerte personalidad, cuyas ideas económicas y filosóficas fueron decisivas en la formación de Smith.
En 1751, cuando asumió su cátedra en la Universidad de Glasgow, Smith firmó la Confesión de Fe calvinista de Westminster ante el Presbiterio de Glasgow, satisfizo los requisitos de su ortodoxia y prestó el Juramento de Fe. La escrupulosidad de Smith en otros asuntos similares sugiere la genuina sinceridad de esta profesión de fe cristiana ortodoxa, que le acompañó toda la vida. Un hecho raro es que nunca contrajo matrimonio con mujer alguna, poco se conoce que halla tenido algún romance. Sus historiadores coinciden en que fue un hombre sobrio y recluido de la vida social. Quizá prestando ademanes a su juramento calvinista.
Sin embargo, pocas veces se menciona que Adam Smith tenía un amor secreto por la teología y las virtudes que emanaban de la Biblia. Una de las obras más conocidas del padre del Capitalismo, Las Riquezas de las Naciones, está sacada de la Biblia, de Isaías 60:5. De hecho, Daniel Parra Dicillo, un académico venezolano, actualmente radicado en Reino Unido, afirma que el 60% de todo el material escrito de Smith procede de la teología. Tal es así que Smith creía que el fin de la economía era que cada quien trabajase en su vocación, conforme a sus dones y talentos, es decir, en lo que Dios lo había llamado según el beneplácito de Su infinita sabiduría y soberana voluntad.
Por otra parte, volviendo a la Europa ilustrada, mucho se ha hablado de la profunda convicción y cosmovisión cristiana de grandes eminencias económicas liberales del siglo XVIII como Frédéric Bastiat, Alexis de Tocqueville o John Locke, este último puritano. De la misma forma; Adam Smith, al igual que Isaac Newton, eran no solo mentes brillantes sino, además grandes teólogos protestantes.
Asimismo, pocas veces se menciona que Adam Smith encontraba su inspiración para perseguir la paz y las armonías que resultan de la libertad individual precisamente en la teología sistemática del protestantismo. Adam Smith fue el primer genio que construyó un sistema lógico que comprendía, no solo economía, sino historia, jurisprudencia y filosofía moral. De hecho, él se enorgullecía más de su Teoría de los sentimientos morales publicada en 1759, que de su mucho más famosa La riqueza de las naciones que vio la luz en 1776. Por supuesto que Smith no se dedicó de lleno al estudio de teología, era por naturaleza un economista, no un predicador. Sin embargo, en su obra, vemos que es la búsqueda de Dios lo que le inspira y podemos hallar indicios de un profundo amor al estudio de la teología protestante, añadido con una comprensión del mundo con una cosmovisión basada en los principios de la Biblia.
Smith operó dentro de un marco teleológico-narrativo sistemático cuyas raíces teológicas se encuentran en la tradición británica de la teología natural científica y el calvinismo de la Ilustración escocesa.
Considerando la teología protestante, un análisis profundo de los escritos de Smith revela que el economista estaba preocupado por la necesidad de preservar el orden natural de la sociedad y de la naturaleza. Su metodología científica enfatiza la reconciliación con el orden -infinitamente complejo- de la creación divina en la que vivimos, tal y como es; en lugar de la investigación del orden natural para provocar la alteración o cambio del mismo. Smith apela simplemente a su propia versión de la famosa “ley natural” en la que el universo es una máquina armoniosa y perfecta administrada por una deidad providencial y soberana.
La teología
El economista australiano Paul Oslington, reconocido ex-profesor de economía en la Universidad Católica de Australia, y encargado de la Escuela de Teología de la misma; afirmó que los párrafos de la Confesión de Fe de Westminster, la declaración oficial de la fe presbiteriana de la iglesia escocesa, que Smith firmó, demuestran su conocimiento y aceptación del Dios Trino de la Biblia, como creador, y cómo Él mismo se revela a sí mismo en la naturaleza, aunque de manera imperfecta.
Las obras publicadas de Smith demuestran una abundancia de lenguaje teológico. Muy regularmente se refiere a “la providencia“, “la Deidad“, “el autor de la naturaleza“, “el gran Director de la naturaleza”, “legítimo superior” y así sucesivamente. Además, hay repetidas referencias al designio y la providencia divina. Por ejemplo cuando dice: “Cada parte de la naturaleza, cuando se examina atentamente, demuestra igualmente el cuidado providencial de su Autor, y admiramos la sabiduría y la bondad de Dios incluso en la debilidad y la locura del hombre.”
Y, en relación a la moralidad afirmó: “Los principios rectores de la naturaleza humana, las reglas que prescriben deben ser consideradas como los mandamientos y leyes de la Deidad.”
Por otra parte; Smith encaja casi perfectamente en la imagen del calvinismo moderado de la Ilustración escocesa. En la década de 1750, mientras Smith ocupó la cátedra de filosofía moral en la Universidad de Glasgow dictó una serie de cursos teológicos, conocidos como “Conferencias de Glasgow” que fueron la base de su sistema de pensamiento.
Según el teólogo presbiteriano escocés, David Fergusson, Smith enfatiza el papel de Dios como creador y sustentador del mundo. Para el economista, los signos de la presencia divina son evidentes en el mundo natural. Smith destaca también el papel beneficioso de la religión en la sociedad civil. En su curso explicaba, además, que la religión contribuye al orden social y la armonía. Smith afirmaba también que Dios, como benévolo y sabio, ha ordenado al mundo para que sus leyes morales y científicas contribuyan al bienestar humano. Por otra parte, el economista declaraba que la existencia de una vida futura en la eternidad, proporciona una motivación moral adicional para actuar de manera virtuosa y moral.
Para los puritanos, los presbiterianos, los bautistas y cualquier rama del calvinismo existe la importante advertencia de “que el conocimiento de Dios y de su voluntad, que es necesario para la salvación no pueden provenir de la naturaleza", lo que refleja el énfasis calvinista en cómo “nuestras capacidades sensoriales y morales están limitadas y torcidas” por la Caída, por el pecado. Smith era conciente de eso.
La recompensa en la otra vida es importante en el sistema social que promueve Smith porque la administración de justicia en esta vida presente es defectuosa, e incluso si se emiten juicios correctos, las recompensas y los castigos en esta vida no alcanzan lo que exige la justicia. No es solo un punto filosófico o teológico. Smith tanto en la Teoría de los sentimientos morales como en La riqueza de las naciones ve que la aplicación adecuada de la justicia es necesaria para refrenar el pecado humano, y justamente para un adecuado funcionamiento del sistema económico y político. “Si existe alguna sociedad de ladrones y asesinos, la beneficencia, por tanto, es menos esencial para la existencia de la sociedad que la justicia. La sociedad puede subsistir, incómodamente, sin beneficencia; pero la prevalencia de la injusticia terminará destruyendo la sociedad por completo. La justicia … es el pilar principal que sostiene todo el edificio.”
En general, para Smith, el juicio y la esperanza futura operan como un tribunal final de apelación, donde el Creador recompensará los actos de bondad y castigará a los injustos; mientras que, a su vez, refuerza el sentido natural de justicia en esta vida presente.
El desorden
El politólogo, jurista y escritor argentino Alberto Mansueti explica que un estado “limitado” en funciones, también lo es en poderes; y de allí resulta un régimen de amplias libertades para la gente en las esferas y negocios privados. Este sistema político -continúa el académico- vigente en casi todo el mundo civilizado hasta el siglo XX, que se deriva de la tradición liberal protestante, se inspira en el “gobierno de los Jueces” presente en el pentateuco bíblico.
En la época de Smith, los padres del liberalismo político, señalaban ya que la Biblia, en reiteradas ocasiones condena como injustos, aberrantes, esclavizantes e inmorales, a los modelos estatistas del Antiguo Testamento: el faraónico de Egipto y la monarquía absoluta de muchos reyes arbitrarios y tiránicos de Israel, Judea, Babilonia, asirios y mesopotámicos. Lo mismo ocurre con el culto al Cesar romano, en el Nuevo Testamento.
Diferentes autores cristianos tempranos, como Agustín de Hipona, luego de haber experimentado en carne propia el poder ilimitado del Imperio, en reiteradas ocasiones destacaron los fundamentos bíblicos del gobierno limitado. La Reforma Protestante recuperó la cosmovisión bíblica, olvidada durante las tinieblas del medioevo. De esta forma, las democracias liberales, se presentaron así como un firme baluarte contra las tiranías de los estados modernos incipientes. Sin embargo, eso cambió en el siglo XIX, cuando los cristianos fuertemente engañados e influenciados por el racionalismo, el agnosticismo y la teología liberal consecuente, comenzaron su triste deriva hacia el socialismo, vía el socialismo cristiano, fuertemente combatido, además, por ejemplo, por Charles Spurgeon y otros tantos.
El trabajo, el capital y la moral
Empero, en el área socioeconómica, cuando un ser humano trabaja, ahorra e invierte, lo hace, según Smith, por su propio interés, esto es, para tener ganancias, y cuanto mayores sean, mejor. De hecho, esta visión está fuertemente vinculada con el mandato bíblico de Génesis que Dios le dio al hombre: labrar, llenar, multiplicar y subyugar la tierra. Es decir, el primer mandamiento que Dios da al hombre es el de trabajar. Dicho de manera diferente, lo que Dios ordena en primer lugar al hombre es esfuerzo, trabajo.
Asimismo, el término llenar implica que el hombre debe avanzar -a partir del antiguo paraíso perdido- hacia cualquier parte del planeta, para poner hasta el último rincón bajo su dominio, como fiel administrador de Dios. De hecho, la meta misma del trabajo es el dominio sobre la creación de Dios, por medio de los dones y talentos que da Dios, que se debe regir a su vez por las leyes morales de Dios, y que debe ser para la gloria de Dios.
En otras palabras: el trabajo es un hecho económico, pero no exclusivamente. Aquí es donde entra la moral. Cuando un ser humano trabaja, ahorra e invierte, para Smith el motor de las acciones, esto es, su propio interes, implica al mismo tiempo hacer el bien a los demás. En otras palabras; en cualquier sociedad donde se percibe el trabajo meramente como necesidad o hecho económico habrá, de forma inevitable, un declive en la productividad. Si la gente solo trabaja para comer o pagar sus necesidades y/o deseos, el sentido y la meta del trabajo desaparecen. Es decir, el trabajo es en primer lugar un hecho económico, y en segundo lugar, un deber moral, para Dios y para el prójimo, que se opone a la injusticia, y especialmente al robo, acción explícitamente prohibida por Dios. Pero hay algo más: un trabajo bien hecho -e inspirado por la buena voluntad y para la gloria de Dios- siempre es productivo y nunca destructivo. Siempre multiplica y nunca despoja. Siempre sirve al prójimo y nunca lo somete. Si se reduce el trabajo a lo puramente económico, dejando de lado su aspecto moral, sagrado y divino, se liberan automáticamente fuerzas destructivas del mal. Este es el punto central de Smith.
El mejor ejemplo para esto es el socialismo marxista en todas sus formas. Esa es la razón teológica por la cual en Latinoamérica, como así también en otras sociedades marcadas por esta ideología inmoral y anticristiana, hay un retroceso continuo del bienestar. Cuando una persona es libre de este tipo de condicionamientos ideológicos trabajará para mejorar su vida y servir a su prójimo. Además, en el caso de los creyentes, estos lo harán por vocación y mandato divino, bajo el cuidado y la provisión de Dios, y para Su gloria. Esta es una motivación no económica. El trabajo -y por ende una economía- se destruye y corrompe irremediablemente cuando se considera únicamente bajo parámetros económicos.
Por otra parte, lamentablemente el mandato cultural de algunos países con fuerte injerencia socialista, obliga a las personas a no poder separar el trabajo de la necesidad. Esto es algo muy importante de constatar. Es decir, en una buena parte del planeta, especialmente -de nuevo- en Latinoamérica o África, el trabajo se reduce muchas veces a una necesidad para no morir de hambre. Y en este hecho se reflejan más profundamente las consecuencias de la caída de Adán y Eva. En estos contextos, debido en gran parte también a la Contrarreforma, donde el trabajo es visto mayoritariamente como un castigo, y no como un mandato divino -y debido muchas veces al contexto sociopolítico marxista- el simple hecho de liberar al hombre de la necesidad de trabajar se convierte en un privilegio y en una meta soñada para muchos. Justamente, ese es el falso paraíso prometido por los teóricos del socialismo. En otras palabras, cuando una élite se convierte en un grupo de personas que solamente viven para el ocio o de forma improductiva a costa del trabajo y el esfuerzo de los demás, tenemos una sociedad irremediablemente en declive.
De más está decir que una “clase ociosa” es parasitaria. Es curioso observar cómo a lo largo de la historia, siempre la formación de una élite de este tipo ha ido de la mano con el Estatismo, es decir, un orden estatal que se ocupa de todo. Un nuevo orden que ha alterado el orden natural diseñado por Dios. Cuando se ha llegado a este punto, se da prioridad al dinero, al placer y al poder por encima de la fe, el esfuerzo, el trabajo, la responsabilidad, el deber y la moral. De esta forma, se forma una sociedad donde una minoría encumbrada se establece en los centros de mando y construye un nuevo estado, un nuevo orden, donde todo debe estar regulado y asegurado, y principalmente todos los ingresos deben ser destinados a individuos improductivos. Pasó durante el medioevo papal y continúa pasando, aun hoy, en los gobiernos neofeudales socialistas latinoamericanos.
La mano invisible
Por esta razón, Adam Smith estaba en lo cierto cuando hablaba de que guiado “por una mano invisible” (de la providencia divina) -con su propio dinero- el individuo produce, multiplica, subyuga, administra, invierte, hace empresa, crea riqueza, sirve a su prójimo, y produce más empleo. Y tanto más, cuanto mayor sea la cantidad invertida, mayor será la ganancia esperada.
Se produce, así, más para todos; y -de esta forma- la presencia de la "mano invisible" restringe la intromisión de la mano fuertemente “visible” del Estado. Sin la presencia de la mano visible del Estado, y guiados por la mano invisible de la providencia divina que guía de manera soberana el orden universal, la familia -conforme al mandato divino- tiene la posibilidad de multiplicarse y hacerse próspera. De esta forma, su solvencia le permite dar sostenimiento a niños, ancianos, enfermos, y a los individuos o familias más desfavorecidas de la sociedad. Eso es lo que siempre ha funcionado, a lo largo de toda la historia, en cada tribu, reino y nación. Es el orden natural, el orden divino de la creación. Sin embargo, este orden divino, funciona siempre y cuando el orden no sea alterado y se permita la libertad individual, el capitalismo y el libre mercado.
Asímismo, en la década de 1830, el economista francés y cristiano Alexis de Tocqueville estuvo dos años en EE.UU., y escribió un libro sobre las libertades, la prosperidad, y la solidaridad que pudo observar en la jóven y recién formada patria norteamericana. A pesar de que esta ya había cortado lazos con su madre Inglaterra, la esclavitud todavía era legal. De más está decir que esto era a costa del beneficio de unos pocos que tenían -a su vez- intereses y privilegios, otra vez, asociados al Estado. Sin embargo, muchos cristianos comprometidos estaban ya resistiendo contra esta nefasta institución deshumanizante e inmoral. Justamente fue lo que observó Tocqueville. Quedó muy impresionado por las amplias redes solidarias cristianas, de Iglesias y otras instituciones benéficas, que se ocupaban activamente de los pobres, los huérfanos, los enfermos, ancianos, desválidos y desfavorecidos. El trabajo del francés dejó en evidencia que la beneficencia voluntaria es la que realmente vale y la que ejerce efectos sociales positivos, y no la tramposa e inmoral ayuda de la mano visible del Estado.
Pero hoy esa solidaridad voluntaria que nace del corazón es cada vez más difícil de practicar, especialmente en Latinoamérica, porque el socialismo nos está empobrecido a todos, o a casi todos. El socialismo es todo menos algo a favor de lo social. La “solidaridad” que promueve es falsa. Es una generosidad basada en la coerción y en la fuerza misma del Estado. No es con donaciones voluntarias, nacidas de la compasión y del amor al prójimo, sino que es una generosidad obligada, coactiva, basada en el robo, la envidia, y el saqueo vía altos impuestos o a coste de deuda o inflación. De esta forma, empobrece a los individuos y los limita, impidiendoles ser solidarios de verdad y de corazón.
Al socialismo no le guía la compasión sino la envidia, no el amor al pobre sino el odio al rico; por eso apuesta siempre a la igualdad hacia abajo. Y la logra: todos pobres, excepto ellos, los mismos socialistas.
Capitalismo y moral
La moralidad que justifica al capitalismo para Smith era la moralidad que provenía del cristianismo, como él mismo señala: “ Tal y como amar a nuestro prójimo como nos amamos a nosotros mismos es la gran ley del cristianismo, el gran precepto de la naturaleza es amarnos a nosotros mismos sólo como amamos a nuestro prójimo.” (Teoría de los Sentimientos Morales I.i.5.5)
Adam Smith pudo involucrarse con todos estos temas porque su cosmovisión era amplia y su sistema tenía un fin que no era solo una extensión de la realidad presente. Sumado a eso, su campo de apelación era tan rico que le daba un espacio imaginativo en el que le permitía re concebir y mejorar las posibilidades presentes desde un punto de vista que busca la armonía, la justicia, y la realización y el desarrollo de los individuos para la gloria de Dios.
Para Adam Smith el cristianismo había traído más que amor y enseñanzas morales, sino la dignidad de ser tratados por primera vez como criaturas de Dios, no como animales, u objetos del señoreaje inmoral por parte de reyes que no eran infalibles. Para Smith la búsqueda de la paz absoluta, el fin del sufrimiento y la justicia perfecta era un noble sentir que no se alcanzaría de manera utópica en esta vida, sino en la venidera. De la misma forma; Smith era más que consciente que la infinita dignidad producida en esta tierra por la evasión del pecado y la maldad, no terminaría en nada sino en una justa retribución en la eternidad.
Por último, de más está decir que -a la luz de la Escritura- los cristianos no debemos casarnos con ningún sistema económico. Para los cristianos, al igual que para Smith, nuestra esperanza está en el Evangelio. Pero, es importante resaltar también que, históricamente, el sistema económico con mayores principios bíblicos y que permite que la iglesia puede ejercer su libertad es el sistema de libre mercado. Las filosofías económicas influencian grandemente las filosofías de la sociedad, y una filosofía de libertad económica promueve directamente la libertad religiosa. Dios nos permita vivir una vida tranquila y repleta con toda piedad y dignidad, porque esto es bueno y agradable ante Dios, nuestro Salvador. Que Dios nos dé sabiduría y humildad, pero también valentía para defender nuestro mayor tesoro, que no es un sistema económico, sino el Evangelio de Jesucristo.
Fuentes:
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