La Reforma buscó abandonar la Edad Media, marcada por la barbarización, y retornar a una pureza primigenia a través de las Escrituras. Sin embargo, en lugar de un simple regreso a la Antigüedad, generó una nueva cultura en Occidente con efectos positivos. Por el contrario, la actitud de aquellas naciones donde la Reforma fue extirpada y se consolidó la Contrarreforma tuvo un impacto diferente en la cultura. El ejemplo más claro fue España, donde su actitud hacia la Biblia difirió de manera radical. Ángel Alcalá afirmó que: «España no fue nunca un pueblo de la Biblia. Los poquísimos e incompletos manuscritos medievales de biblias romanceadas y las exiguas traducciones de la Escritura que vieron la luz en España en los siglos XIII al XV no autorizan a pensar que predominara en ella la tendencia a los lectores, siempre pocos, a conocer la ‘’palabra de Dios’’». Además, «en nada ayudó que los Reyes Católicos prohibieran la Biblia en lengua vulgar y decretaran para los judíos el bautismo y la expulsión». España se reafirmó como un pueblo alejado de la Biblia expulsando a judíos y exterminando a los partidarios de la Reforma. Se podría decir lo mismo de otras naciones donde la Contrarreforma tuvo éxito. La visión del trabajo -bíblica, en un caso; derivada de la Edad Media, en otro- fue una de las más alteradas.
«Vuestro trabajo es un asunto muy sagrado. Dios se deleita en él y a través de él desea conceder Su bendición sobre vosotros». Martín Lutero
Una visión del trabajo nacida de la Biblia
La iglesia católica era tributaria de una visión del trabajo desvinculada de la Biblia y que Eusebio ya había descrito de la siguiente manera: «Dos formas de vida fueron dadas por la ley de Cristo a su iglesia. Una es sobrenatural y sobrepasa la forma de vida común. [...] Se separa de la vida común y ordinaria de la humanidad y se dedica al servicio de Dios solo. Esta es la forma perfecta de vida cristiana. Y la otra, más humana, permite a los hombres dedicarse a intereses más seculares al igual que a la religión… Y una especie de piedad de segunda clase se les atribuye».
Esta diferenciación entre trabajos más o menos santos no era originalmente cristiana, pero, gracias a la inyección de paganismo en el cristianismo, se fortaleció a lo largo de la Edad Media. No es extraño, al considerar que también se absorbieron elementos como la visión de una sociedad esclavista como la romana, la caballeresca y militar de los pueblos germánicos o la aristotélica. Todos se brincaron en el seno de la iglesia católica a pesar de lo escaso en común con el cristianismo primitivo de Jesús y los apóstoles. Por supuesto que a principios del siglo XVI nadie habría discutido la existencia de trabajos dignos y menos dignos, mas la Reforma, al regresar a las Escrituras, presentó un punto de vista completamente diferente del trabajo.
De entrada, el regreso a la Biblia permitió descubrir que Adán ya había recibido de Dios la misión de trabajar antes de la Caída y que esa labor consistía en una acción servil como labrar la tierra (Gen 2:15). Con esto, los reformadores fueron muy contundentes. Por ejemplo, Lutero describió que «cuando un ama de casa cocina y limpia y realiza otras tareas, porque ese es el mandato de Dios, incluso tan pequeño trabajo debe ser alabado como un servicio a Dios que sobrepasa en mucho a la santidad y el ascetismo de todos los monjes y monjas». Además, señaló que «las tareas de la casa que no tienen apariencia de santidad y, sin embargo, esas obras relacionadas con las tareas domésticas son más deseables que las obras de los monjes y las monjas; similarmente, los trabajos seculares son una adoración de Dios y una obediencia que complace a Dios». También añadió: «Vuestro trabajo es un asunto muy sagrado. Dios se deleita en él y a través de él desea conceder Su bendición sobre vosotros». Calvino, en su Comentario a Lucas 100:38, afirmó: «Es un error afirmar que aquellos que huyen de los asuntos del mundo y se dedican a la contemplación llevan una vida angélica. Los hombres deben ocuparse con el trabajo y ningún sacrificio agrada más a Dios que el que cada uno se ocupe de su vocación y estudios para vivir bien a favor del bien común». Ambos autores fueron novedosos y extraordinarios en sus escritos, ya que no categorizaban el trabajo de la gente sencilla como inferior ni carente de importancia, sino que afirmaban que dicho trabajo tenía una enorme dignidad.
Los reformadores menos conocidos no resultaron menos explícitos que Lutero y Calvino en su rehabilitación de trabajos «infames». William Tyndale escribió: «Existe una diferencia entre lavar platos y predicar la Palabra de Dios, pero en lo que se refiere a complacer a Dios, no existe ninguna en absoluto». William Perkins también señaló: «La acción de un pastor que guarda las ovejas… es tan buena obra ante Dios como la acción de un juez que dicta sentencia, o un magistrado que gobierna o un ministro que predica». Tal y como afirmaba Perkins, la gente puede servir a Dios «en cualquier clase de vocación». Richard Steele, otro autor, en La vocación del comerciante, expresó que en el comercio «se puede esperar de la manera más confiada en la presencia y la bendición de Dios».
Para los autores protestantes, la base para llegar a esta conclusión no estaba solo en la Biblia, sino también en el propio Jesús. Hugh Latimer señaló: «Es una cosa maravillosa que el Salvador del mundo, el Rey sobre todos los otros reyes, no se avergonzara de trabajar y de emplearse en una vocación tan sencilla. De esa manera, santificó todas las formas de trabajo». Para completar esta idea, John Dod y Robert Cleaver afirmaron que «el gran y reverendo Dios no despreció el comercio honrado… por humilde que fuera, sino que lo coronó con su bendición». Es obvio concluir que la línea estaba definida y era uniforme en todas las iglesias nacidas de la reforma, y que el protestantismo había impulsado un «deleite en los empleos seculares».
La sociedad clásica grecorromana y la germánica habían contemplado con desprecio el trabajo no religioso o bélico, e incluso entre los trabajos seculares había grados de desprecio. Al contrario, la Reforma cambió la forma de contemplar el mundo, si bien dicha forma no alcanzó a todo Occidente. En España, por ejemplo, en 1492 se había expulsado a unos judíos que tenían una visión del trabajo idéntica a la de los protestantes, y los partidarios de la Reforma deberían optar entre la hoguera o el exilio. De esta manera, mientras España se constituía como primera potencia, siguió unida a la idea de algunos intolerables e infames trabajos. Los adversarios protestantes no estaban de acuerdo con estos puntos de vista, y, aunque eran naciones más pobres y pequeñas, el resultado fue muy favorable. La manera en que ambas cosmovisiones se reflejaron en el arte es reveladora. Por ejemplo, mientras el católico Velázquez pintaba figuras regias y religiosas, el protestante Rembrandt retrataba escenas bíblicas y a médicos en medio de una lección de anatomía.
De manera significativa, ni las sucesivas derrotas españolas provocaron un cambio de mentalidad con respecto al trabajo. Los protestantes llevaban ya más de dos siglos y medio de ventaja en la idea de impulsar la bondad de cualquier oficio. Como habían pretendido Calvino, Lutero o los puritanos, Carlos III señalaba que ningún trabajo honrado era deshonroso. El intento del monarca era excelente, aunque chocaba con una mentalidad arraigada. Además, las consecuencias de esa visión no quedaron limitadas a España, sino que formaron la base sobre la que se construyeron las repúblicas hispanoamericanas. El catolicismo no buscaba tanto crear una sociedad asentada sobre el trabajo propio como establecer un reflejo de la sociedad católica sobre el trabajo propio como establecer un reflejo de la sociedad católica del Viejo continente en la que el papel de los siervos fuera representado por los indígenas y, en poco tiempo, por los esclavos negros.
Al norte del continente, por el contrario, desde el inicio los inmigrantes puritanos habían comenzado su andadura sobre la base de un trabajo personal en el que los indios no realizaron las tareas agrícolas y ganaderas, sino que fueron ejecutadas por los recién llegados que creían en la idea bíblica del trabajo. Hasta el día de hoy estos legados permanecen sin variaciones.
Últimas palabras
En conclusión, la evolución de la visión del trabajo en la historia cristiana representa no solo un cambio cultural, sino una restauración de la verdad bíblica. La Reforma Protestante, al volver a las Escrituras, reafirmó que todo trabajo, sin importar su naturaleza, tiene dignidad y valor eterno ante Dios. Lutero y Calvino desmantelaron la jerarquía de trabajos impuesta por la Iglesia Católica y promovieron una visión en la que cada vocación es un acto de servicio a Dios. Esta perspectiva sigue influyendo en la vida y cultura actuales, guiando a los creyentes a ver el trabajo como un llamado divino y una forma de honrar a Dios, recordándonos que cada labor, grande o pequeña, tiene propósito y dignidad en nuestro servicio a Él.
Fuente:
César Vidal; El legado de la Reforma. Una herencia para el futuro; editorial Jucum; 2016; pp. 257 - 263
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