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Foto del escritorFátima Griotti

La ciencia: una visión bíblica


La Reforma Protestante del siglo XVI tuvo un impacto significativo en el desarrollo de la ciencia en Europa. La oposición al control eclesiástico y el regreso a la Biblia jugaron un papel crucial en la transformación del pensamiento científico, marcando una diferencia notable con el ámbito dominado por la Escolástica medieval y la Inquisición. Un ejemplo de este impacto es la Universidad de Salamanca, que dejó de adquirir libros en 1550 debido a la censura de la Inquisición, que quemaba o arrancaba páginas de textos. Esta represión intelectual en España subraya la afirmación de Ángel Alcalá -humanista, filósofo, teólogo y políglota español-, quien compara la censura de la Inquisición con el "holocausto" en términos de su impacto en la libertad de pensamiento. La Reforma, por otro lado, promovió una visión que permitió a los europeos liberarse de las restricciones impuestas por la teología escolástica y contemplar la naturaleza como un objeto de estudio científico independiente.


«Las ciencias modernas crecieron cuando las consecuencias de la concepción bíblica de la realidad fueron plenamente aceptadas». Reijer Hooykaas

El control de la ciencia por la iglesia católica

La ciencia también fue impulsada desde el inicio por la Reforma. Por ejemplo, la Universidad de Salamanca dejó de comprar libros en 1550. Llegaban los inquisidores y arrancaban las hojas o las quemaban. Como concluye Ángel Alcalá, «negar la eficacia del control intelectual de España por la Inquisición a lo largo de tres siglos equivale a negar el llamado “holocausto” porque en Alemania le sobrevivieron centenares de judíos [...]». 

La Reforma y la revolución científica

La Reforma del siglo XVI fue la clave para entender la revolución científica; entre las personas que la subrayaron están el historiador de la ciencia Thomas Kuhn, y filósofos como Alfred North Whitehead y Francis Schaeffer. 

El retorno a la Biblia permitió recuperar las insistentes referencias de Salomón para estudiar la naturaleza; los repetidos de los Salmos y los profetas para observar el cosmos y el mandato recogido en el primer libro del Génesis de dominar y conocer la Creación. Ese retorno a las enseñanzas permitió a la Europa de la Reforma liberarse del Escolasticismo medieval y, sobre todo, contemplar la naturaleza como un objeto de dominio y conocimiento al que no se aplicaban las leyes de la teología sino las de una ciencia propia. «Las ciencias modernas crecieron cuando las consecuencias de la concepción bíblica de la realidad fueron plenamente aceptadas», señaló Reijer Hooykaas.


Las consecuencias, entre otras, fueron que los pensadores Petrus Ramus y Francis Bacon rechazaron el método silogístico de la Escolástica medieval; además, Bernard Palissy, Ambroise Pare e Isaac Beeckman hicieron hincapié en un método científico que, con claras resonancias de los Salmos, partía de la observación de la naturaleza. De hecho, Beeckman se adelantó a Galileo en obtener una deducción dinámica de la ley de los cuerpos que caen.

Así como sucedió en otros aspectos, las naciones donde había triunfado la Reforma se adelantaron de manera prodigiosa a las grandes potencias católicas. La supremacía protestante sería aplastante. Por ejemplo, Francis Bacon estableció el método científico y, a la vez, podía escribir obras de teología protestante. También estuvo Johannes Kepler, un piadoso luterano que revolucionó las matemáticas y la astronomía trabajando sobre la luz y las leyes del movimiento planetario alrededor del sol y, además, escribía sobre teología.

Otro ejemplo fue Robert Boyle, quien no solo enunció la ley de Boyle, sino que fue el creador de la química moderna y uno de los fundadores de la Royal Society. Apasionado protestante, contribuyó económicamente, por ejemplo, a la traducción del Nuevo Testamento al turco. No era ambicioso y rechazó el episcopado de la iglesia de Inglaterra, a la vez que ayudó a predicadores galeses que se negaban a recibir medios del Estado. Otros ejemplos incluyen a John Ray, botánico, zoólogo y apologista cristiano de cuya obra tomaría masivamente Linneo; Isaac Barrow, maestro de la óptica y de Isaac Newton, además de teólogo extraordinario; Antonie van Leeuwenhoek, descubridor de las bacterias; Isaac Newton, el mayor científico de la Historia que destacó en áreas como la óptica, la mecánica y las matemáticas, pero que, a la vez, fue un magnífico economista y un notable autor de libros de teología protestante; Edwald George von Kleist, pastor, juez e inventor del primer condensador eléctrico de la Historia; entre otros grandes personajes, como James Bradley, Carlos Linneo, Leonhard Euler, John Dalton, Thomas Young, David Brewster, Adam Sedgwick, Michael Faraday. Buena parte de los científicos citados vivieron de manera directa la Reforma, mientras que otros son fruto directo de sus enseñanzas y de su regreso a las Escrituras. 

Ahora, ¿hubo científicos católicos en esa misma época? La respuesta es sí, si bien fueron desproporcionadamente pocos cuando se los compara con los protestantes. Por añadidura, se vieron sometidos a una trayectoria más que reveladora: Galileo, quien basó buena parte de sus avances en las obras de científicos calvinistas holandeses, fue juzgado y condenado por la iglesia católica. Blaise Pascal fue un hereje jansenista desde la perspectiva católica con una visión de las doctrinas de la gracia completamente reformada. Descartes insistió en su ortodoxia católica e incluso subrayó que no iba a examinar las creencias religiosas, pero, a pesar de todo, no conocía la libertad científica en tierras católicas. Descartes pasó buena parte de su vida en la Suecia protestante mientras que sus obras fueron colocadas en 1663 en el Índice de libros prohibidos por el papa. Estos tres casos contribuyen a una buena prueba de que la ciencia habría podido desarrollarse en naciones mediterráneas igual que en el norte de Europa, pero sólo si se hubieran librado de las cadenas impuestas por la iglesia católica y abrazado a la Reforma. 

En 1592, una década anterior a la publicación de la Biblia Reina-Valera, mientras España se hundía en guerras contra el protestantismo, el desastre de la fuerza de desembarco que debía invadir Inglaterra provocó uno de los primeros cuestionamientos de la política de España. Algunas naciones que, como Francia, se desprendieron del armazón de la Contrarreforma en algún momento, lograron recuperar el tiempo perdido. Para el resto, los datos seguirían siendo espeluznantes. Un economista del Banco Mundial, de hecho, afirmó que, de todos los premios Nobel relacionados con la ciencia y otorgados entre 1901 y 1990, el 86% se entregaron a protestantes y judíos, en este último caso el 22%.


En la actualidad, en España (al igual que en otras naciones hispanoamericanas, Italia o Portugal) esa herencia de la Contrarreforma se encuentra presente, ya sea en el desdén por la ciencia, la desconfianza hacia la innovación y la esclavitud a esquemas mentales pasados. Se clama que, de más de 1200 universidades, solo 500 figuran en el Ranking Académico de las Universidades del Mundo (ARWU). El papel destacado de aquellas naciones en las que arraigó la Reforma no se puede negar: según el ARWU, Estados Unidos ocupa el primer lugar. De hecho, ocho de las diez mejores universidades del mundo son norteamericanas. Entre las primeras diez naciones se encuentra otra reformista: Gran Bretaña, que tiene dos centros entre los diez más prestigiosos. En Europa, la primera universidad que aparece tras las británicas es el Instituto Federal Suizo de Tecnología de Zúrich. Siguiendo con el top 100, después de Estados Unidos, Gran Bretaña es la que cuenta con más centros entre los cien mejores, seguida de Suiza, Francia, Suecia, Alemania, Países Bajos, Dinamarca y Bélgica, Noruega y Rusia. 

Fuera de Europa y Estados Unidos, le siguen la Universidad de Tokio y la de Melbourne (Australia). Las conclusiones son obvias: las naciones católicas prácticamente no existen en este top 100, ya que Francia optó por un modelo laicista hace siglos que entregó la educación en manos estatales. Además, las naciones que, históricamente, siguieron los principios de la Reforma son absolutamente hegemónicas en el terreno universitario y lo son de manera desproporcionada. Por último, las excepciones (Rusia, Japón, China) son meras excepciones que apenas alteran el panorama general. 


Últimas palabras

La Reforma del siglo XVI no solo significó un cambio religioso, sino que también transformó radicalmente el desarrollo de la ciencia en Europa. El impacto de la Reforma en la ciencia se manifiesta en el surgimiento de un método científico que priorizaba la observación directa y la experimentación, en lugar del método silogístico escolástico. En resumen, la Reforma del siglo XVI no solo fue una transformación religiosa, sino también un catalizador crucial para el avance científico y académico. Al romper con las restricciones teológicas y fomentar un enfoque basado en la observación y el empirismo, la Reforma sentó las bases para el desarrollo de la ciencia moderna. Su énfasis en el retorno a las Escrituras y la libertad intelectual sigue siendo un modelo inspirador para la ciencia y la educación en el mundo contemporáneo.


Fuentes:

César Vidal; El legado de la Reforma. Una herencia para el futuro; editorial Jucum; 2016; pp. 283 - 292



SOBRE LA AUTORA

Fátima Griotti tiene 25 años, es traductora de inglés y es parte de la Iglesia Nueva Vida de San Francisco, Córdoba, Argentina. Además, sirve en el Ministerio de Adolescentes de dicha congregación, trabaja como Data Entry en una compañía de logística, y actualmente escribe en Defensio Fidei.







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