¿Por qué existe el mal? Agustín de Hipona se preguntó: «Si hay un Dios, ¿por qué hay tanta maldad?». C.S. Lewis, al reflexionar sobre el problema del mal, lo resumió de este modo:
«‘Si Dios fuera bueno, querría que sus criaturas fueran completamente felices; y si fuera todopoderoso, podría hacer todo lo que quisiera. Mas las criaturas no son felices. Por tanto, Dios carece de bondad, de poder, o de ambas cosas’. En esto consiste el problema del dolor en su forma más simple».
Sin embargo; Dios sí es todopoderoso y sí es bueno. Pero, ¿por qué existe el mal?
“Mi argumento contra Dios era que el universo parecía muy cruel e injusto. ¿Pero de donde había sacado yo esta idea de justo e injusto? Un hombre no dice que una línea está torcida a menos que tenga cierta idea de lo que es una línea recta. ¿Con qué estaba yo comparando el universo cuando decía que era injusto?”. C.S. Lewis (Medievalista y escritor británico, autor de Las crónicas de Narnia)
El problema del mal
Todos alguna vez experimentamos el mal. Nadie está a salvo. Agustín de Hipona definió el mal como la privación del bien. Es decir, el mal se encuentra allí donde debería estar el bien, pero no está. La existencia del mal se asemeja a la existencia del frío o la oscuridad. Estos no pueden existir si no existen el calor y la luz.
Otra manera de definir el mal es explicarlo como una desviación de la manera en que las cosas deberían suceder. La importancia es que; si bien el mal es algo real, Dios no lo creó sino que permitió su existencia. Dios tiene dominio sobre el y lo usa para sus buenos propósitos. Este es el problema del mal.
Cuando algo no está bien
Cuando alguien habla del mal, ¿de qué está hablando, en realidad? Cuando decimos que algo está mal, estamos diciendo que algo debería ser una determinada manera, pero no lo es. Significa que dichas cosas malas no funcionan según un orden bueno, ni cumplen con el propósito que deberían tener.
Ahora bien, ¿de dónde provienen esas ideas de orden y propósito? Indudablemente proceden de una Mente superior, personal y trascendente capaz de imponer Su voluntad en el mundo y de comunicarla a la conciencia de las personas. Dicha voluntad es cognoscible por la mente humana, y estos tienen la capacidad de cumplirla. Por lo que, si una acción o acontecimiento son malos, significa que se han desviado del designio, propósito o voluntad de Dios.
La moral viene de Dios
Existe una norma objetiva. Esta norma objetiva de lo que es bueno y de lo que es malo no se encuentra fuera de Dios, sino que es inherente a él. La moral tiene su fundamento en la inmutabilidad de Dios, que es expresión del perfecto bien. Sus mandamientos no son caprichos, sino que surgen de Su santidad absoluta, inmutable y eterna.
El bien no se origina en arbitrariedades ni en cambios de humor o preferencias culturales, ni es posible encontrar los criterios que lo definen en leyes que son externas a Dios. Todo lo bueno procede de la naturaleza de Dios, y la medida de todo lo bueno es Dios mismo. El grado en que algo se aparta de la naturaleza omnibenevolente de Dios es, precisamente, el grado en que eso se vuelve malo.
Para poder decir que algo está mal, es preciso reconocer que existe un ser personal, objetivo y trascendente cuya voluntad no fue respetada, o que se alteró el orden que Él había establecido. En definitiva, cuando decimos que algo está mal, estamos afirmando que hay un Dios. La existencia del mal es una de las pruebas más contundentes de la existencia de Dios. Sin Dios, la idea del mal se torna ininteligible. Por lo que, el problema mal no representa un problema para los creyentes sino para los no creyentes.
“Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron”. Apocalipsis 21:1-4
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Fuente:
Doug Powell, Guía Holman de Apologética Cristiana, Editorial B&H, 2009, pp. 333-351. CONSIGUE EL LIBRO AQUÍ
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