Uno de los mitos más grandes que existen es la idea exagerada, por no decir totalmente inventada, de que la religión (particularmente el cristianismo) fue de alguna manera un obstáculo, en lugar de un catalizador, para el advenimiento de la ciencia y el surgimiento de la educación superior.
“La teología cristiana fue esencial para el auge de la ciencia. El florecimiento de la ciencia que tuvo lugar en el silgo XVI fue el resultado normal, gradual y directo del escolasticismo y de las universidades medievales cristianas. No hay duda de ello, dado que la ciencia nació solo en la Europa cristiana. Contrariamente a la sabiduría recibida, la religión y la ciencia no solo eran compatibles, sino inseparables”. Rodney Stark (historiador norteamericano, no cristiano)
La razón
El cristianismo representaba a Dios como un ser racional, receptivo, confiable y omnipotente, y al universo como su
creación personal, a la espera de la comprensión humana. El auge de la ciencia no era una extensión del aprendizaje clásico, sino el resultado natural de la doctrina cristiana: la naturaleza existe porque fue creada por Dios. Para amar y honrar a Dios, uno debe apreciar del todo las maravillas de la obra de sus manos. Tanto el entendimiento de un Creador racional del universo como la inseparabilidad del teísmo cristiano de las verdades científicas llevaron a sir Isaac Newton en sus Principia a fundamentar sus opiniones sobre el tiempo y el espacio absolutos en la eternidad y la omnipresencia de Dios.
Las universidades
El teísmo cristiano proveyó el contexto adecuado para el florecimiento de la ciencia y las humanidades. La Universidad fue una invención cristiana que evolucionó a partir de las escuelas catedralicias establecidas para educar a monjes y sacerdotes.
Las dos primeras universidades aparecieron en París y Bolonia a mediados a mediados del siglo XII. Oxford y Cambridge se fundaron alrededor del año 1200 y después se produjo una avalancha de nuevas instituciones durante el resto del siglo XIII.
El desarrollo del arte
Desde el inicio de la era cristiana, la Biblia ha inspirado grandes obras de arte. Los frescos de las catacumbas romanas revela conceptos bíblicos de fe y esperanza. Cuando el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio romano, el arte cristiano floreció en iglesias y monumentos. Hasta el siglo XIX, las grandes esculturas y cuadros estaban basados en personajes o incidentes de la Biblia. Los artistas más importantes (Rafael, Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Rembrandt y otros) son recordados y apreciados sobre todo por sus obras maestras bíblicas.
La literatura
No existe ninguna obra de calidad e intenciones comparables a la Biblia. Ni el Corán, el Libro de los muertos egipcio,
el Gilgamesh o el Código de Hammurabi son comparables. Los proverbios, parábolas y sus episodios sagrados o profanos han sido tratados con detalle en el teatro y la poesía del inglés escrito más primitivo. Ha proporcionado los temas o el marco para la épica, la sátira, la tragedia, la comedia, la farsa o el ballet, por encima de todo. El lenguaje de la Biblia, ha estampado su sello indeleble en nuestros mejores escritores, desde Bacon a Lincoln. Sin ella las palabras de Washington o Churchill carecerían de elocuencia y significado.
La música
Los creadores de los grandes oratorios, himnos nacionales, sinfonías, himnos religiosos y otros clásicos fueron
inspirados por la Biblia. Jesús, alegría de los hombres de Bach, el Elías de Mendelssohn, el Mesías de Haendel, el
Réquiem de Brahms, Cristo en el monte de los Olivos de Beethoven y la Creación de Haydn son algunas de las obras
más reconocidas inspiradas en la Biblia. Después de escuchar su majestuoso trabajo, Haydn dijo: “Quien creó eso no fui yo, sino un poder de lo alto”. Bach a menudo escribía en sus manuscritos las iniciales INI, de las palabras que en latín significan “En el nombre de Jesús”.
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Fuente:
Josh y Sean McDowell, Evidencia que demanda un veredicto, Editorial Mundo Hispano, 2015, pp. 17-19. CONSIGUE EL LIBRO AQUÍ
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