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Foto del escritorEric Mansilla

La justicia y la injusticia social a la luz de la Biblia



Esta es la tercera parte de la serie Socialismo vs. Cristianismo. Si todavía no leíste la primera parte, podés leerla aquí, y la segunda aquí.

Las filosofías nos influencian poco a poco. Las batallas ideológicas actuales no se ganan en movimientos revolucionarios drásticos, sino en cambios sutiles que socavan los valores cristianos que han sido el fundamento de la sociedad occidental. Nuestras comunidades cristianas no van a abrazar ideas opuestas a las Escrituras instantáneamente; estas ideas son sembradas en la cultura, en nuestras escuelas, universidades, películas, programas de televisión, y productos culturales que consumimos.


El pecado dominante de los cristianos preocupados por agradar al mundo siempre ha sido que, sin pudor, toman prestadas las modas del mundo incrédulo. Muchos cristianos de hoy evidentemente no creen que la sabiduría del mundo es insensatez para con Dios (1 Corintios 3:19). Prácticamente cualquier teoría, filosofía o ideología que capture la fantasía de la cultura secular popular será adoptada, ligeramente adaptada, quizás disfrazada con un lenguaje que suene espiritual, defendida con textos de prueba engañosos y ofrecida de manera emocional como un asunto que es de vital importancia que los evangélicos acepten -si es que no quieren volverse completamente irrelevantes para la cultura y la sociedad.


Así fue precisamente como los evangélicos a mitad del siglo XX se obsesionaron durante muchas décadas con el esotérico pensamiento positivo del New Thought, la autoestima y la psicología cristiana basada en humanismo ateo más que en cristianismo bíblico. Después de eso, fue el uso del marketing y las estrategias promocionales que suavizaron y pervirtieron el evangelio, quitándole palabras culturalmente ofensivas como “infierno”, “condenación” o “pecado” A principios del siglo XXI, se hizo más que presente el postmodernismo  que agresivamente se promocionó a sí mismo como el fundamento del movimiento de la Iglesia Emergente.



Hoy, la teoría crítica de la raza, el feminismo, la teoría interseccional, el apoyo al movimiento LGBTQ+, el multiculturalismo, las políticas inmigratorias progresivas, el indigenismo, los derechos de los animales y el ecologismo como culto, y otras causas políticas de izquierda, están todas activamente compitiendo por la aceptación evangélica bajo el paraguas de la justicia social.


Por supuesto, no todos los líderes evangélicos que actualmente están hablando de la justicia social, apoyan el espectro completo de las causas radicales. La mayoría de ellos (al menos, por el momento) no lo hacen. Pero están usando la misma retórica y razonamiento de victimismo y opresión que está siendo usado incansablemente por los activistas no cristianos. De esta forma, cualquier persona que afirme la condición de víctima puede fácil y efectivamente aprovecharse de la súplica por “justicia social” tanto como para ganar apoyo, como para silenciar a quien piense diferente. 



Sin lugar a dudas, a medida que la retórica de la justicia social ha ganado popularidad entre la arena cultural, casi todas las causas que son estimadas como políticamente correctas en el mundo secular están sostenidamente ganando impulso entre los cristianos. Sería una necedad pretender que el movimiento de justicia social no representa ninguna amenaza en absoluto a la convicción evangélica. 


Los cristianos progresistas, rara vez definen de forma explícita a qué se refieren ellos por “justicia social”. Diversidad de académicos han señalado que la retórica de la justicia social está profundamente arraigada en el marxismo. A partir de finales del siglo XIX y principios del XX, la justicia social ha sido empleada como una simplificación política por radicales socialistas, fascistas y otros líderes populares de izquierda, como una forma de exigir más presencia del Estado, mediante la distribución de la riqueza, y el ororgamiento de ventajas, privilegios y beneficios para ciertos grupos, teóricamente, oprimidos. 


"Hoy no es Baal, no es Artemisa o Diana... Hoy no son ellos ni otros del mismo tipo... Hoy es el estatismo. Más sutil que los ídolos del pasado, en todo sentido. No se proclama divino, pero sí es objeto de la fe de muchos, y quien determina su sentido del bien y del mal. Si sos cristiano, necesitas comprender la cosmovisión de tu fe". Diego Franco (MMB, MDiv Candidate, profesor y pastor de la Iglesia Bíblica del Camino, Córdoba, Argentina)

Los orígenes del término justicia social pueden ser rastreados hasta el siglo XVIII, especialmente en escritos de los Jesuitas, la Companía de Jesús. Sin embargo, más tarde, para los divulgadores del pensamiento de Karl Marx, la justicia social tendría una sola finalidad ética: guiar la evolución social mediante cambios no revolucionarios hacia un sistema socialista. Esto fue posible mediante la aplicación intermedia de la socialdemocracia, presente -hasta el momento- en la mayoría de los países europeos y -de manera más avanzada y profunda- en los latinoamericanos.​



Asimismo, en el Reino Unido, el concepto fue adoptado de manera amplia en 1900, con la creación del Partido Laborista inglés, cuyo objetivo manifiesto era "lograr la justicia social". En Argentina, el Partido Socialista incorpora el concepto a través de Alfredo Palacios, elegido diputado en 1904, vinculando las ideas de la justicia social como un "nuevo derecho". Luego de la Primera Guerra Mundial, en 1919, se crea la Organización Internacional del Trabajo (OIT) que incorpora la noción de justicia social al preáumbulo de su Constitución como fundamento indispensable de la paz universal. A partir de este punto, la discusión de la justicia social entró al discurso jurídico y académico. En 1931, la noción socialista de justicia social se incorpora plenamente a la Doctrina social de la Iglesia Católica, al utilizarla el papa Pío XI en la Encíclica Quadragesimo anno. En 1947, el Peronismo argentino, o Justicialismo, adoptó la justicia social como principal estandarte desde sus orígenes.



Sumado a esto, las Naciones Unidas comenzaron a usar el concepto en sus documentos desde mediados de la década de 1960. En 1969 el término aparece en la Declaración sobre el Progreso y el Desarrollo Social. En 2007 la Asamblea General de las Naciones Unidas, proclamó el 20 de febrero de cada año como Día Mundial de la Justicia Social. Al fundamentar esa decisión, las Naciones Unidas han sostenido que "la justicia social es un principio fundamental para la convivencia pacífica y próspera" y que constituye "el núcleo de nuestra misión global para promover el desarrollo y la dignidad humana”.


La retórica ha sido efectiva, y actualmente el típico héroe de la justicia social está convencido de que la igualdad de oportunidades y la igualdad ante la ley no son lo suficientemente justos. No habremos alcanzado la verdadera justicia social, afirman, hasta que tengamos igualdad de resultados, estatus y riqueza. Es por eso que escuchamos tanto acerca de las comparaciones de ingresos, cuotas raciales y otras estadísticas de dudosa procedencia, sugiriendo, por ejemplo, que la opresión sistemática de la oligarquía blanca heteropatriarcal es probada contundentemente por la escasez de mujeres que persiguen una carrera en el campo de la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas. 


Marxistas, socialistas, anarquistas, defensores de la Agenda 2030 de Naciones Unidas, y otros radicales de izquierda y estatistas, usan esos argumentos a propósito, para fomentar resentimiento, lucha de clases, disputas étnicas, tensión entre los sexos y otros conflictos entre varios grupos de personas. Para ellos, siguiendo a Marx, para poder reestructurar la sociedad de acuerdo con sus ideologías primero deben romper todas las normas e instituciones sociales existentes, incluidas allí, la familia, la iglesia y los valores cristianos; que funcionan –todavía a día de hoy- como un tapón frente a la influencia, control y poder del Estado. De esta forma, es fundamental que los cristianos empleemos la luz de la Escritura para escudriñar y evaluar las ideas promovidas actualmente en el nombre de la justicia social. 



Karl Marx


Muchas veces se ha enseñado que el marxismo o el socialismo es un sistema económico opuesto al capitalismo. A simple vista, esto es cierto. Pero, hay mucho más acechando bajo las aguas ideológicas. El socialismo marxista del cual está bañada, casi en su esencia, Latinoamérica, no es una ideología meramente anti capitalista sino también es un sistema de pensamiento agresivamente anticristiano. Karl Marx desarrolló la cosmovisión comunista en la que se presenta que la historia de la humanidad es una caracterizada por la lucha de masas para vencer la opresión económica. Así que el marxismo es, en esencia, una cosmovisión económica, aunque tiene efectos en toda la sociedad. 


El pensamiento de Karl Marx es una cosmovisión que odia el cristianismo, la moral, a Dios y a la Biblia. En su Manifiesto Comunista, Marx escribe, “El comunismo suprime las verdades eternas, suprime toda religión y toda moralidad.” Concorde al desprecio por la moral bíblica, Marx escribió: “El cielo que he perdido, lo conozco muy bien. Mi alma, que una vez fue fiel a Dios, ahora es elegida para el infierno”.


Algunos filósofos posteriores han tomado los argumentos del marxismo y lo han llevado a otros aspectos de la cultura en general, donde se puede dividir el mundo entre los oprimidos y los opresores. En esta filosofía se busca la igualdad de resultado para todos, y no igualdad de condiciones. En el marxismo clásico se busca la igualdad económica, y en el cultural la igualdad de todos los aspectos del ser humano.  


El marxismo cultural


En palabras de Antonio Gramsci: "El socialismo es precisamente la religión que debe eliminar al cristianismo. El socialismo triunfará al capturar primero la cultura a través de la infiltración de escuelas, universidades, iglesias y los medios de comunicación mediante la transformación de la conciencia de la sociedad". Para Gramsci, eso significaba sobre todo reemplazar el cristianismo con una nueva forma de espiritualidad de inspiración marxista. 



Gramsci aconsejó a los marxistas alcanzar el poder por medios democráticos y luego usarlo para destruir la hegemonía cristiana. “El principio de Gramsci”, señaló el periodista francés Jean-François Revel, “era que los marxistas debían comenzar por influir en la cultura, ganando a los intelectuales, a los profesores, implantándose en la prensa, los medios de comunicación, las editoriales”.


Los izquierdistas radicales en los Estados Unidos, Europa y América Latina han adoptado los métodos de Gramsci y se han ocupado de infiltrarse en iglesias, universidades y medios masivos de comunicación. En fin, donde Marx y Engels no pudieron entrar al occidente, Gramsci entró con fuerza.



Sin embargo, frente al avance cada vez mayor del marxismo cultural, el evangelio merece toda nuestra lealtad, aprecio y cuidado. Nuestra prioridad como creyentes es predicar y atesorar las gloriosas verdades de la obra redentora de Cristo. La forma principal en que hacemos esto es proclamando a Cristo y a este crucificado (1 Co. 2:2). Nuestros púlpitos, conversaciones, y perfiles de redes sociales deben estar repletos de la verdad de que Cristo es nuestro mayor tesoro y satisfacción. De la misma manera, nuestro compromiso con el evangelio requiere que identifiquemos y combatamos filosofías erróneas que pueden socavar la verdad en nuestras vidas, familias, iglesias, y sociedad.


La razón por la que el marxismo cultural es tan peligroso, es que no es simplemente una herejía que afecta la iglesia. Se trata de una cosmovisión que presenta una forma de vida contraria a la Palabra de Dios. Empero, tenemos que reconocer que hay aspectos redimibles en casi toda cosmovisión. El marxismo cultural tiene un alto sentido de justicia y de rectificar sufrimientos. Estos impulsos están dentro de todo ser humano porque llevamos la imagen de Dios en nosotros. Pero es importante entender que solo mediante las verdades bíblicas podemos buscar justicia correctamente. La búsqueda de la igualdad parece algo en lo que todos pudiéramos estar de acuerdo. Sin embargo, tenemos que entender qué tipo de igualdad se busca en el marxismo cultural. 



A la luz de la Biblia, todos tenemos igualdad de valor, oportunidades y derechos ante la ley, los cuales son definidos como libertad. Eso quiere decir que, como ser humano, tengo libertad de tomar decisiones que resulten en mi beneficio o mi perjuicio.


Sin embargo, la igualdad que se busca en el marxismo cultural es una igualdad de resultados. Y para lograrlo, es requisito intervenir, violentar o restringir la libertad de las personas. Si todos debemos tener lo mismo, entonces tengo que reprimir a unos para beneficiar a otros. El marxismo clásico planteaba este mismo argumento, pero a nivel económico. El marxismo cultural lo lleva a todo nivel. Es por eso que vemos cada vez más la definición no binaria de la sexualidad, a través de lemas como: “Todos debemos ser iguales”. Como creyentes debemos ser cautelosos, porque al apoyar la igualdad económica estamos afirmando filosóficamente el mismo argumento que, en contraposición con la Escritura, respalda la igualdad sexual.


Los marxistas culturales abogan por la igualdad de resultados. La cosmovisión bíblica aboga por la igualdad de proceso. Esto da lugar a la providencia de Dios donde, por razones misteriosas que da gloria a Dios, no todos somos iguales. Es decir, no todos somos altos, ni bien parecidos, ni tenemos las mismas capacidades, dones, vocación y talentos. Pero debemos abogar porque todos podamos tener los mismos derechos ante la ley. 


El marxismo cultural, y el área de estudio donde se desarrolló la llamada Teoría Crítica, o mejor conocida como la Escuela de Frankfurt, expone que todo grupo minoritario en la cultura es oprimido. En especial, esa opresión es observada en grupos sexuales minoritarios, sin embargo también aplica a los sectores socioeconómicos más desfavorecidos.



Lo que esta filosofía ha propuesto es el término de interseccionalidad, el cual se refiere a la congruencia de categorías de opresión en las personas. Ellos afirman que, mientras más categorías de opresión una persona tenga, eso le concede mayor autoridad moral para hablar de estos temas. Como resultado, tanto la Palabra de Dios como sus ministros han perdido relevancia, porque solo los oprimidos tienen la autoridad para expresarse moralmente sobre ciertos temas. Y de aquí nace la cultura de la cancelación, debido a que si no aceptas el punto de vista de los oprimidos es porque no has despertado y debes ser “cancelado”. Por eso -por ejemplo- una transexual, lesbiana, afroamericana y con trastornos alimenticios tiene mayor superioridad moral para hablar que un hombre blanco, heterosexual, cristiano, padre de familia, que cuida su cuerpo y se alimenta de manera correcta.


Los creyentes debemos mostrar compasión hacia los oprimidos, pero esa compasión no significa abrazar filosofías que anulan toda responsabilidad del pecado en las personas. En la Teoría Crítica, tus acciones son un efecto del grupo opresor al que perteneces. No eres responsable, ya que tus circunstancias dictaron las mismas, y por eso se pide que se quite todo veredicto de culpabilidad a personas de grupos oprimidos, incluyendo asesinatos, robos, o crímenes violentos. En resumen, el individuo -ahora víctima- no es responsable, sino el sistema.


Por otro lado, si perteneces al grupo opresor (por ejemplo, en la narrativa “los hombres oprimen a las mujeres”), eres un opresor porque has permitido que el sistema se perpetúe, y el simple hecho de ser hombre o blanco te hace opresor. 



Nuestra compasión debe ser mostrada al presentar el evangelio como la solución a nuestra mayor opresión y esclavitud, que es el pecado. Luego de esto, caminamos con los oprimidos para que tomen decisiones que reflejen la imagen de Dios en ellos. Al que no está trabajando, le ayudamos a que busque trabajo (2 Ts. 3:10-12). El que está cometiendo crímenes, que dirija su vida haica el bien (Ef. 4:28). El que está cometiendo inmoralidad sexual, que sea puro (1 Ts. 4:3). A los indefensos, los defendemos (de hecho, en el mundo, el mayor grupo indefenso son los niños abortados y los huérfanos), a quienes poseen trastornos alimenticios, les brindamos ayuda psicológica y/o médica para que traten sus problemas de salud. Como iglesia, estamos llamados a extender compasión de forma bíblica y debemos afirmar la justicia de una manera bíblica. La justicia bíblica afirma que nadie merece nada bueno; todos merecemos el infierno, el juicio de Dios. Pero Dios en su misericordia nos salva de las consecuencias del pecado y nos permite vivir vidas fructíferas al someternos a su Palabra.  


La justicia divina


En primer lugar, vale la pena remarcar el punto central de la Biblia donde se opone a la justicia social; considerando a esta -desde luego- como parte y mecanismo hacia un fin superior: la implantación del socialismo. Martyn Lloyd-Jones lo explicó así: “Vemos también el elemento demoníaco en un sistema totalitario como el comunismo, que no se detiene en el orden económico, sino que cree de verdad en la adoración al estado. El comunismo afirma que tiene el derecho de determinar el pensamiento de las personas: los científicos y los novelistas tienen que pensar y escribir dentro de los parámetros establecidos. Cualquier cosa que requiera que se adore a un hombre, a un estado o a un sistema, cualquier sociedad totalitaria que demande lealtad absoluta, es demoníaca.” Martyn Lloyd-Jones.



En otras palabras, el socialismo tiene como objetivo principal reemplazar a Dios por el Estado; y una de sus hijas -la justicia social- se presenta de la misma forma como enemiga de Dios, de su justicia y de sus leyes. De hecho, tan sagrado es el concepto de la propiedad privada para Dios, que cinco de los Diez Mandamientos giran en torno a la protección de la propiedad privada. Primero, “No matarás” protege la más elemental posesión de cada individuo: su vida, su mente, su cuerpo. Segundo, “No cometerás adulterio” protege la más elemental relación que pueden poseer exclusivamente un hombre y una mujer: el matrimonio. Tercero, “No hurtarás”, protege cualquier posesión material que todo individuo obtiene legítimamente por medio de su esfuerzo, trabajo, inteligencia, vocación y talento. Cuarto, “No difamarás” protege lo que el proverbista llama mejor posesión que las muchas riquezas (Pr. 22:1), esto es, el buen nombre del individuo. Nosotros incluso lo podemos llamar, presunción de inocencia. Quinto, “No codiciarás ninguna posesión del vecino”, condena la raíz que alimenta el concepto entero de la justicia social, la redistribución de la riqueza y el socialismo: la envidia.


Cualquier persona, sea creyente o no, que aboga y defiende cualquier versión del nefasto sistema de la redistribución coercitiva por medio del Estado, es a todos los efectos y propósitos, un ladrón. Un mal no se vence con otro mal peor; de igual manera, la pobreza no se erradica con el robo, por más “legitimidad” que el Estado le quiera dar por medio regulaciones o falsa generosidad.


Por otro lado, la Biblia tiene mucho que decir acerca de la justicia. El pastor John MacArthur comenta que en la Versión Estándar Inglesa de la Biblia, la palabra justicia es usada más de 130 veces. Nunca está precedida por un adjetivo o por el término social, excepto en Ezequiel 18:8, que habla de “verdadera justicia”. Además, está ocasionalmente acompañada con pronombres posesivos. Dios mismo habla dos veces de “mi justicia” en la Escritura. Dos veces en oraciones dirigidas a Dios, leemos la expresión “tu justicia”. ¿Cuál es el punto? No hay diferentes tipos de justicia. Solo existe la justicia verdadera, definida por Dios mismo y siempre de acuerdo con Su carácter. 



Es un hecho que la Biblia pone un enorme énfasis en los aspectos caritativos de la justicia: buena voluntad hacia todos, compasión por el desamparado, asistencia para el huérfano y la viuda, amor por los extranjeros, y cuidado por los pobres, especialmente proveer a la gente carente de las necesidades básicas de la vida (Deuteronomio 10:18; Salmos 140:12; Ezequiel 22:29). 


La justicia en la Escritura está a menudo vinculada con las palabras equidad y justicia. Equidad expresa trato igualitario para todos bajo la ley: la igualdad ante la ley. Justicia significa una alineación con las demandas de la ley de Dios, incluido el castigo de los malvados (Jeremías 5:26-29), la obediencia a las autoridades gubernamentales (Romanos 13:1-7); penalidades que se ajusten al crimen y que sean aplicadas sin parcialidad (Levíticos 24:17-22), y una firme ética del trabajo y sacrificio; considerando -al mismo tiempo- que la gente sana y sin discapacidades, que se rehúse a trabajar, no se deba beneficiar de la caridad pública (1 Tesalonicenses 4:11; 2 Tesalonicenses 3:10). 


Irónicamente, esos aspectos de la verdadera justicia bíblica están visiblemente ausentes en las propuestas de quienes promocionan la justicia social. Al contrario, lo que escuchamos es un eco de la misma retórica acusatoria, victimista, de interseccionalidad, y slogans políticos emocionales gritados por influencers seculares de la justicia social. 


El evangelio


Aún más preocupantes son las declaraciones que han hecho ciertos líderes del pensamiento evangélico que afirman que cualquiera que no defienda la justicia social está predicando un evangelio limitado. Algunos cristianos progresistas dicen, incluso, que los que rechazan la ideología de la justicia social no tienen ningún Evangelio en absoluto. 


Sin embargo, esto no es nuevo. En las últimas décadas del siglo XIX, mientras Marx promovía la revolución socialista y el ateísmo, se funda en Londres la Sociedad Fabiana. Esta tenía como objetivo difundir las ideas marxistas para convertir al imperio en un estado socialista. Esta sociedad buscaba rediseñar la sociedad y, como punto intermedio y de transición, promovía un evangelio social, o el socialismo cristiano, que prepararía el camino para la socialdemocracia.



En 1889, el grupo bien financiado circuló Los Ensayos Fabianos escritos por celebridades simpatizantes. Los ensayos ganaron gran popularidad tanto dentro de Inglaterra, como en el resto de Europa. Los teólogos liberales de aquellos años, aceptaron llamar las ideas fabianas, efectivamente, como “evangelio social” o “socialismo cristiano”. No fue raro. Los teólogos liberales previamente ya habían rechazado la ortodoxia, es decir, las doctrinas y credos cristianos históricos y fundamentales. Luego de haber desechado doctrinas clave como la infalibilidad e inerrancia bíblica, los milagros, la historicidad, y la deidad de Cristo, ciertos atributos de Dios, entre otras doctrinas; la pendiente resbaladiza hacia la aceptación y predicación del nuevo evangelio socialista fue muy fácil. 


Sin embargo, los objetivos de la Sociedad Flaviana que, si bien se basaban muy fuertemente en el sistema ateo de Marx, tuvieron que realizar unas cuantas modificaciones cruciales para hacerlas más persuasivas a una sociedad altamente cristiana. El evangelio social, predicado por los teólogos liberales y patrocinado por la Sociedad Fabiana, pretendía conectar el socialismo con el cristianismo.


A principios del siglo XX, el teólogo liberal Walter Rauschenbusch, se convirtió en un renombrado defensor del evangelio social. Gracias a la publicación de Una Teología para el Evangelio Social comenzó a enseñar que los cristianos necesitaban arrepentirse, no solamente de sus transgresiones personales, sino también de sus “pecados sociales”. Como la mayoría de los defensores de la justicia social evangélica de hoy, Rauschenbusch insistió (al principio) que él no tenía intenciones de deshacerse de ninguna verdad vital del Evangelio; él solo quería ampliar el foco del Evangelio para que también abarcara los males sociales, así como también el tema del pecado individual y la redención. Sin embargo, poco a poco comenzaría a desligarse de las verdades fundamentales del cristianismo bíblico para terminar perdiendo y desechando el Evangelio por completo.



Varias de las denominaciones protestantes convencionales más grandes de Estados Unidos adquirieron ansiosamente las ideas de Rauschenbusch. Todas las que lo hicieron, rápidamente flotaron cada vez más lejos a la deriva, hacia el liberalismo, hasta que abandonaron cualquier compromiso que pudieron haber tenido con la autoridad de la Escritura. 


¿Por qué? Porque aquellos que permiten que la cultura, una ideología política o cualquier otra fuente extra bíblica defina para ellos la justicia, muy pronto encontrarán que la Escritura se opone a ellos. Si ellos están determinados a retener su idea pervertida de la justicia, ellos por lo tanto deberán oponerse a la Escritura. Además, cada intento de ampliar el alcance del Evangelio, a la larga dejará al Evangelio tan fuera de foco que su mensaje real se perderá. 


El mensaje de la justicia social desvía la atención de Cristo y la cruz. Hace volver nuestros corazones y mentes de las cosas de arriba a las cosas de este mundo. Oculta la promesa de perdón para pecadores sin esperanza, al decirles a las personas que son víctimas desafortunadas de las malas acciones de otras personas. Por lo tanto, fomenta las obras de la carne en lugar de cultivar el arrepentimiento, el perdón de los pecados, la salvación, la regeneración y la santificación personal.


La inmoralidad socialista


La justicia social, es también un concepto que algunos usan para describir el movimiento dirigido hacia un mundo socialmente justo. En este contexto, la justicia social está basada en los conceptos de los derechos humanos e igualdad, que implica un mayor nivel de igualitarismo económico, a través de impuestos progresivos, redistribución del ingreso, o incluso la redistribución de la propiedad. Estas políticas pretenden lograr una mayor igualdad de oportunidades de la que pueda existir actualmente en algunas sociedades, y la obtención de igualdad de resultados, en los casos donde las desigualdades incidentales aparecen en un sistema procesalmente justo. Sin embargo, en la práctica, los resultadoshablan por sí solos. Nunca funciona.



La palabra clave en esta definición es la palabra "igualitarismo". Esta palabra, junto con las frases "redistribución del ingreso", "redistribución de la propiedad", e "igualdad de resultados", dice mucho sobre la justicia social. El igualitarismo, como doctrina política, esencialmente promueve la idea de que toda la gente debe tener los mismos (iguales) derechos políticos, sociales, económicos y civiles.


Sin embargo, como doctrina económica, el igualitarismo es la fuerza impulsora detrás del socialismo y comunismo. Es el igualitarismo económico que busca eliminar las barreras de la desigualdad económica, por medio de la redistribución de la riqueza. Vemos esto en los programas de asistencia social, donde las políticas tributarias progresivas, toman proporcionalmente más dinero de individuos ricos, con el fin de elevar el nivel de vida de las personas que carecen de los mismos medios. En otras palabras, el gobierno le roba a los ricos y les regala a los pobres.



El problema con esta doctrina es doble: en primer lugar, hay una premisa equivocada en el igualitarismo económico, de que los ricos se han enriquecido a costa de la explotación de los pobres. Mucha de la literatura socialista de los pasados 150 años, promueve esta premisa falsa. Esta pudo haber sido la causa principal en el pasado, cuando Karl Marx escribió su Manifiesto, y aún hoy, algunas veces se puede dar el caso, pero ciertamente no siempre. Segundo, los programas socialistas, tienden a crear más problemas de los que resuelven; en otras palabras, no funcionan. La asistencia social, que utiliza los ingresos fiscales públicos, para complementar los ingresos de los subempleados o desempleados, por lo general tiene el efecto en los receptores, de volverlos dependientes del donativo del gobierno, en lugar de tratar de mejorar su situación. Cada lugar donde el socialismo ha sido probado a escala nacional, no ha logrado eliminar la distinción de clases en la sociedad. En cambio, todo lo que hace es eliminar la diferencia entre ricos, clase media y pobres, creando una nueva sociedad igualitaria, donde todos son igualmente pobres, salvo una reducida y poderosa élite política. 


Conclusión


La Biblia enseña que Dios es un Dios de justicia. De hecho, "todos sus caminos son rectitud" (Deuteronomio 32:4). Además, la Biblia apoya la noción de la justicia, pero en el sentido bíblico de la palabra, en la cual se muestra el interés y el cuidado personal de los pobres y afligidos (Deuteronomio 10:18; 24:17; 27:19). La Biblia a menudo hace referencia a la ayuda individual de huérfanos, a las viudas y los extranjeros, esto es, la gente que no era capaz de valerse por sí misma, o no contaba con ningún sistema de apoyo.


Sin embargo, la noción cristiana de la justicia es diferente a la noción contemporánea de la justicia social. Las exhortaciones bíblicas para cuidar de los pobres, son más individuales que sociales. En otras palabras, cada cristiano es exhortado a hacer lo más que pueda por ayudar a "los más necesitados". Las bases para tal mandato bíblico, se encuentra en el segundo de los principales mandamientos – "amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mateo 22:39). La noción actual de la justicia social, reemplaza lo individual por lo gubernamental, lo cual, a través de los impuestos y otros medios, redistribuye la riqueza. Esta política no provoca el dar por amor, sino el resentimiento de aquellos que ven que se les roba su riqueza ganada con gran esfuerzo.



Otra diferencia es que la cosmovisión cristiana de la justicia y la ayuda social, no asume que los ricos sean los beneficiarios de las ganancias mal habidas. La riqueza no es mala en la cosmovisión cristiana, pero hay una responsabilidad y una expectativa de ser un buen administrador de la riqueza propia (porque toda riqueza proviene de Dios). La justicia social de hoy, opera bajo la suposición de que el rico, siempre y en todo lugar, explota al pobre. La tercera diferencia es que, bajo el concepto cristiano de la mayordomía, el cristiano puede dar a las organizaciones de caridad lo que este quiera aportar.


Los cristianos son las últimas personas que deberían ofenderse, resentirse, envidiar o ser inclementes. El amor “no guarda rencor” (1 Corintios 13:5). La marca de un cristiano es poner la otra mejilla, amar a nuestros enemigos, orar por aquellos que nos maltratan. Cristo es el ejemplo cuyos pasos debemos seguir: “Quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente;” (1 Pedro 2:23). 


Odio, envidia, disensión, celos, arrebatos de ira, disputas, disensiones, parcialidad, hostilidad, divisiones, amargura, orgullo, egoísmo, malos sentimientos, espíritu de venganza y todas las actitudes similares de resentimiento son las autodestructivas obras de la carne. Los frutos beneficiosos que el Espíritu produce son exactamente las actitudes opuestas: amor, gozo, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio”. Tales cualidades, francamente, son escasas en la retórica de aquellos socialistas que abogan por la justicia social. 



Hacer justicia (por ej., justicia bíblica, no el sustituto secular) junto con misericordia amorosa y caminar en humildad con Dios son virtudes esenciales. Esos son los principales deberes prácticos que le incumben a cada creyente (Miqueas 6:8). Quejarnos constantemente de que somos víctimas de la injusticia, mientras que juzgamos a otras personas culpables de pecados que ni siquiera podemos ver, es antitético del Espíritu de Cristo. Como cristianos, cultivemos el fruto del Espíritu, las cualidades nombradas en las bienaventuranzas, las virtudes trazadas en 2 Pedro 1:5-7 y las características del amor enlistadas en 1 Corintios 13. Cualquier noción de equidad moral que omite o minimiza esas cualidades justas no tienen derecho para nada a ser llamada “justicia”.



Nuestro Dios es un Dios de justicia. Como explica el teólogo Wayne Grudem en su Teología Sistemática: «La justicia de Dios quiere decir que Dios siempre actúa de acuerdo con lo que es recto y Él mismo es la norma final de lo que es recto» (p. 210). Por eso Moisés podía cantar: «¡La Roca! Su obra es perfecta, porque todos Sus caminos son justos; Dios de fidelidad y sin injusticia, justo y recto es Él» (Dt 32:4). Dios es justo y el parámetro mismo de justicia. La justicia es un atributo comunicable de Dios, es decir, un atributo que comparte con Sus criaturas, los seres humanos, y que, por lo tanto, debemos imitar. Entonces, así como Dios es justo, los seres humanos pueden y deben ser justos, no solo los cristianos. El apóstol Pablo dice: «Porque cuando los gentiles, que no tienen la ley, cumplen por instinto los dictados de la ley, ellos, no teniendo la ley, son una ley para sí mismos» (Ro 2:14). En este pasaje se argumenta que todos las personas tienen conocimiento natural de lo que es bueno y malo, al menos en líneas generales. Este es el origen de la ética, la ley moral y la justicia humana. 



Si hablamos de injusticias, nuestro Señor Jesucristo experimentó muchas, en especial durante los días previos a Su crucifixión. A la luz de estas verdades sobre la justicia de Dios y de Su Hijo, debemos sentirnos con ánimo para caminar por sendas de justicia. Si quieres que la injusticia de este mundo disminuya, empieza en tu propia vida: practica la justicia que Jesús te dio.


Finalmente, los cristianos debemos ser centinelas que vigilan doctrinas falsas que nos pueden mover de la verdad. La forma principal de hacer esto es conociendo la verdad. Debemos conocer la Palabra de Dios y a Cristo, de tal forma que cuando nos presentan falsos evangelios, nos sea fácil poder identificarlos. A la vez, debemos estar alertas a las tendencias culturales para así identificar las doctrinas falsas que le están enseñando a nuestros hijos y familias en las escuelas, o a través de la industria del entretenimiento, la cultura, la prensa o los medios.


Fuentes:


  1. Marx y Engels, Obras, Segunda edición rusa, vol. 32, Moscú, 1964.

  2. Frederick Engels, Confesión, 1868, MECW, Vol. 43, p. 541.

  3. José Mercado, El falso evangelio del marxismo cultural, Coalición por el Evangelio, 17 de Julio de 2020.

  4. R.C. Sproul, Estatismo, Contra-Mundum, traducido por Alberto Mansueti, 1 de Septiembre de 2008.

  5. Larry Alex Taunton, Karl Marx vs. Charles Spurgeon, Founders Ministries - Lumbrera, 17 de Febrero de 2021.

  6. Anthony Wood, Justicia Social y Marxismo para la gente común, Evangelio Blog, 9 de Enero de 2021.

  7. Phil Johnson, La declaración sobre la justicia social y el Evangelio explicada, Evangelio Blog, 3 de Octubre de 2018.

  8. John MacArthur, La Injusticia de la Justicia Social, Gracia a Vosotros, 07 de Septiembre de 2018.

  9. Martyn Lloyd-Jones, No contra sangre y carne, Editorial Faro de Gracia, 2020, pág. 38.

  10. Richard Wurmbrand, El Marx desconocido, Crossway Books, 1986, pp.157-159.

  11. Paul Enns, Compendio Portavoz de Teología, Editorial Portavoz, 2020, pp. 617-624.  CONSIGUE EL LIBRO AQUÍ

  12. César Vidal, El legado de la reforma, Editorial Jucum, 2017, pp. 215-255. CONSIGUE EL LIBRO AQUÍ

  13. Joshua Enior Jiménez, Spurgeon contra el Socialismo, Evangelio Real, 28 de Febrero de 2019.

  14. Joshua Enior Jiménez, Cuando el socialismo no alcance, Evangelio Real, 17 de Mayo de 2019.

  15. Joshua Enior Jiménez, El socialismo tomando el control global, Evangelio Real, 01 de Mayo de 2019.

  16. Mike Gutiérrez, La iglesia contra el socialismo, Evangelio Real, 10 de Marzo de 2019.

  17. Hugo Marcelo Balderrama, El peligro del socialismo para la humanidad, Evangelio Real, 09 de Marzo de 2019.

  18. Hugo Marcelo Balderrama, El cristianismo y la falsa redestribución de la riqueza, Evangelio Real, 07 de Noviembre de 2019.

  19. Pío XII (15 de mayo de 1931). Vaticano, ed. «Encíclica Quadragesimo anno».

  20. Alfredo Palacios, El nuevo derecho, Claridad, Buenos Aires, 1920.

  21. Alfredo Palacios, La justicia social, Claridad, Buenos Aires, 1954.

  22. Evangelio Real Blog, El socialismo contra el cristianismo, Evangelio Real, 06 de Noviembre de 2018.

  23. Evangelio Real Blog, El Socialismo un sistema diabólico, Evangelio Real, 28 de Febrero de 2019.

  24. Walter Rauschenbusch, A Theology for the Social Gospel; New York: MacMillan, 1917, pág 247.

  25. Got Questions, Justicia Social, artículo, gotquestions.org

  26.  L'Episcopato ossia della Potesta di governar la chiesa. Dissertazione, na. 1789.

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