La visión del Nuevo Testamento ofreció una perspectiva revolucionaria sobre el papel de la mujer, en contraste con las normas del mundo clásico y el judaísmo de la época. Jesús, al tratar a las mujeres con una cercanía y una familiaridad sin precedentes, rompió con las convenciones patriarcales de su tiempo. Habló en público con mujeres en situaciones delicadas (Mateo 26:7; Lucas 7:35-50), las presentó como ejemplos de conducta (Mateo 13:33; 25:1-13) y elogió sus virtudes en público (Mateo 15:28). A diferencia de otros rabinos, permitió que las mujeres fueran sus discípulas, desafiando las normas de su cultura. Este enfoque inclusivo continuó con los primeros cristianos. En Romanos, el apóstol Pablo menciona a numerosos colaboradores, muchas de las cuales eran mujeres. Esta participación femenina en los roles eclesiales se ve también en otros escritos de Pablo, como en 1 Timoteo 3:8-13, donde establece los requisitos para las aspirantes al diaconado.
«La minusvalorada ama de casa fue elevada por la Reforma Protestante al lugar de honor del que había sido arrojada». César Vidal
Antigüedad, Cristo y Edad Media
Plinio el Joven menciona la tortura de dos diaconisas, y relatos similares aparecen en Clemente de Alejandría y Orígenes. Sin embargo, a partir del siglo IV, la situación cambió drásticamente. La participación de mujeres en el ministerio eclesial se redujo considerablemente, salvo en el caso de las monjas, quienes debían renunciar al matrimonio y a la maternidad. Las mujeres que querían servir en la iglesia tenían que sacrificar su feminidad, mientras que aquellas que seguían su rol tradicional eran vistas con poco valor. Este retroceso en la dignidad también afectó a los hombres, degradando ciertos trabajos. Durante la Edad Media, la mujer era venerada solo si renunciaba a su naturaleza, mientras que de otro modo, se le relegaba a un rol inferior. La Reforma recuperó el valor bíblico de la mujer y revalorizó su papel.
Martín Lutero, por ejemplo, afirmaba que las tareas domésticas realizadas por una ama de casa, como cocinar y limpiar, eran tan dignas como cualquier otra forma de servicio a Dios, superando incluso la santidad de los monjes y monjas. Este comentario revolucionario del siglo XVI elevó a la ama de casa al lugar de honor que le había sido arrebatado por la tradición medieval, contrastando con el monacato que había surgido durante la Edad Media. William Tyndale compartió esta visión, afirmando que no había diferencia en términos de agradar a Dios entre lavar platos y predicar la Palabra. La Reforma subrayó que las labores diarias de las mujeres eran tan valiosas como la predicación, reconociendo finalmente su dignidad.
Este nuevo enfoque permitió una mayor participación de las mujeres en la vida eclesial. La Reforma restauró la práctica de ofrecer el cáliz a todos los laicos durante la Santa Cena, y extendió el canto y la lectura de las Escrituras a hombres y mujeres en su lengua vernácula. Además, las mujeres comenzaron a ser representadas en el arte de manera significativa. A diferencia de la Contrarreforma, que se centraba en figuras religiosas y monárquicas, los pintores reformistas como Rembrandt y Vermeer incluyeron a mujeres sencillas en sus obras, elevándolas a un estatus de dignidad y respeto.
Los movimientos reformadores también contribuyeron a una mayor visibilidad y participación de las mujeres. Los cuáqueros, por ejemplo, contaron con evangelistas y predicadoras que sorprendieron y a veces enfadaron a las personas en ambos lados del Atlántico. A medida que los movimientos reformistas se distanciaban de las tradiciones medievales y se acercaban a las enseñanzas bíblicas, el papel de las mujeres se expandió considerablemente. Enfrentando persecuciones, muchas mujeres reformadas jugaron un papel crucial en la supervivencia de las iglesias locales, predicando y evangelizando, tareas que eran impensables en otros contextos espirituales.
A lo largo de los siglos siguientes, las mujeres inspiradas por los valores de la Reforma lideraron numerosas causas sociales. Combatieron la esclavitud, crearon instituciones de ayuda para los pobres y los desfavorecidos, y fundaron sociedades para promover los derechos de las mujeres. Aunque anticiparon muchas de las ideas de los movimientos socialistas y feministas, lo hicieron sin adoptar una postura de antagonismo hacia los hombres ni desnaturalizar el rol femenino.
Últimas palabras
En conclusión, la Reforma Protestante no solo restauró el valor y la dignidad de las mujeres según las enseñanzas bíblicas, sino que también propició un cambio significativo en su rol dentro de la iglesia, la sociedad, las artes, la política y la cultura. Al volver a los principios del Nuevo Testamento, la Reforma Protestante ofreció un modelo de participación femenina que valoraba tanto el trabajo doméstico como el ministerio, y promovió una visión más justa y equitativa del papel de la mujer en la comunidad cristiana y en la sociedad en general.
Fuentes:
César Vidal; El legado de la Reforma. Una herencia para el futuro; editorial Jucum; 2016; pp. 283 - 292
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