En 1878 se descubrió una pieza arqueológica de invaluable valor sobre la persona de Jesús de Nazaret. Nazaret, en el siglo I, como parte de Galilea, era objeto del menosprecio de los judíos de Jerusalén por razones históricas y raciales. La población galilea estaba compuesta por una mezcla impura de pueblos: judíos y gentiles provenientes de Egipto, Fenicia y Arabia. Los galileos tenían fama de sediciosos y gozaban de poca estima a los ojos de los judíos ortodoxos.
El apodo “nazareno” expresaba menosprecio y recriminación. La ciudad no es mencionada en Josefo, ni en los apócrifos, ni en el Antiguo Testamento. Tampoco es mencionada en el Talmud o en la Misnah. Con lo cual, los únicos datos extra bíblicos que existen son las evidencias geográficas y arqueológicas. Por lo tanto, vale preguntar, ¿qué decía la pieza arqueológica descubierta?
“Es mi deseo que los sepulcros y las tumbas que han sido erigidos como memorial solemne de antepasados, hijos o parientes, permanezcan perpetuamente sin ser molestadas. Quede de manifiesto que, en relación con cualquiera que las haya destruido o que haya sacado de alguna forma los cuerpos que allí estaban enterrados o los haya llevado con ánimo de engañar a otro lugar, ordeno que se condene a muerte a tal persona por el crimen de expoliar tumbas. Pues mucho más respeto se ha de dar a los que están enterrados”. Emperador Claudio Tiberio César Augusto (Decreto de Nazaret, ca. 44-49 d.C.)
La Nazaret extra-bíblica
La Vía Maris, es decir, la milenaria ruta comercial que unía Damasco, con Gaza y Egipto pasaba a unos 9 km al este del Monte Tabor para continuar por la llanura de Meguido, por el camino que va hacia el Mediterráneo. Aun así, la aldea de Nazaret se encontraba al oeste del monte Tabor, aislada en un valle en medio de colinas circundantes. Con lo cual, al no llegar los caminos comerciales, es razón suficiente para considerar a Nazaret como una población pequeña y de poca importancia.
El descubrimiento
Más de un milenio y medio después, en la década de 1870, Nazaret se había convertido en un importante mercado de antigüedades. En 1878, el coleccionista Wilhelm Fröhner adquirió una curiosa tableta de mármol con una inscripción en griego koiné de catorce líneas. La envió desde Nazaret a París, e ingresó el artículo en su inventario de manuscritos, de su colección privada.
Al año siguiente, la curiosa placa de mármol ingresa al museo francés más antiguo, el Cabinet des Médailles de París. El único dato acerca de su origen es la nota que figura en el inventario de quién la había adquirido y traído desde Nazaret. En 1925, el gran historiador económico, especialista en Grecia y Roma, M. Rostovtzeff, descubre la pieza y hace llamar la atención a F. Cumont, historiador especialista en religiones. Cumont estudia la pieza arqueológica y procedió a publicar su texto en 1930.
El decreto
La inscripción estaba en griego y lleva el encabezamiento de Diátagma Kaísaros, es decir, “decreto de César”. En síntesis, decreta la pena capital para cualquiera que profanase tumbas y sepulturas, especificamente con ánimos de “engañar”. El análisis paleográfico de la escritura de la inscripción dejó de manifiesto que la misma pertenecía a la primera mitad del siglo I d.C. lo que obligaba a pensar en Tiberio, Calígula o Claudio. Dado que en el 44 Claudio puso a Galilea bajo directo control romano, tales circunstancias apuntaban forzosamente a Claudio.
En el siglo I, el saqueo de tumbas no era nada novedoso y su castigo estaba ya contemplado en el derecho romano. Sin embargo; en este caso, se trataba de una disposición emanada directamente del emperador. La explicación más plausible es que la nueva administración de Galilea podría haberle dado a conocer al emperador el carácter expansivo del cristianismo; y que el fundamento de la nueva religión descansaba directamente sobre el hecho inexplicado de que el cadáver de su fundador Jesucristo había desaparecido de la tumba tres días después de su ejecución.
La resurrección, la tumba vacía y el supuesto robo del cuerpo
El llamado "decreto de Nazaret" no solo es un testimonio temprano de la fuerte y persistente creencia de que la tumba estuvo vacía, sino que también refuerza las evidencia de que la resurrección de Jesús es la explicación más plausible, acorde a los testimonios y los hechos. Esto tiene, además, ciertamente sentido a la luz del argumento judío de que el cuerpo había sido robado (Mateo 28:1-13). Las autoridades judías habrían deseado poder mostrar el cadáver y acabar con aquella predicación. Sin embargo, les resultó imposible y debieron conformarse con acusar a los discípulos de haber robado el cuerpo (Mateo 27, 28, 11). Hay razones muy fuertes para creer que el decreto de Nazaret fue la respuesta del gobierno romano. Sin embargo, los discípulos de Jesús, amedrentados tan solo unos días antes, se lanzaron a partir de ese momento a predicar la creencia en que su maestro no solo era el Mesías profetizado durante siglos en los escritos del Antiguo Testamento, sino que también había resucitado.
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Fuentes:
1. Alberto Ropero Berzosa, Gran Diccionario Enciclopédico de la Biblia, Editorial CLIE, pp. 1773-1774. CONSIGUE EL LIBRO AQUÍ
2. César Vidal Manzanares, Libertad Digital, el 22 de abril de 2000.
3. M. P. Charlesworth, Documents illustrating the Reigns of Claudius and Nero, Cambridge, 1939, pág. 15.
4. César Vidal Manzanares, Diccionario de Jesús y los Evangelios, Editorial Estella, 1995. CONSIGUE EL LIBRO AQUÍ
5. César Vidal Manzanares, La herencia del cristianismo. Dos milenios de legado, Editorial Jucum, 2014, pp. 7-9. CONSIGUE EL LIBRO AQUÍ
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