Esta es la primera parte de María: la construcción de un mito, una miniserie sobre los puntos más importantes de la Mariología católica apostólica romana.
De todas las mujeres extraordinarias en las Escrituras, se destaca por encima de todos las demás como la más bendita, la mas y muy favorecida por Dios, y más universalmente admirada. De hecho, ninguna mujer es más verdaderamente notable que María. Ella fue soberanamente elegida por Dios –de entre todas las mujeres alguna vez nacidas – para ser el instrumento singular a través del cual Él por fin traería al Mesías al mundo. La figura de María sigue siendo muy relevante en el cristianismo, como lo demuestra el alto número de peregrinos a lugares como Fátima, Lourdes y Garabandal, y la popularidad de las imágenes religiosas que la representan. Los recientes papas, especialmente Juan Pablo II, han enfatizado el culto a María, y muchos creen que la unidad cristiana se logrará a través de ella. Además, continúan las apariciones, como las de Palmar de Troya, que reflejan el profundo interés de las multitudes en María. Ella es venerada con títulos como Reina de los Cielos y Madre de Dios, y se cree que su poder abarca tanto el mundo terrenal como el espiritual. Sin embargo, surge la pregunta de si esta devoción tiene un fundamento cristiano sólido o si es simplemente una serie de prácticas que no se alinean con el mensaje del Evangelio.
"Varias tradiciones religiosas extrabíblicas y muchas mentes supersticiosas han beatificado a María más allá de lo razonable, haciéndola un objeto de veneración religiosa, imputándole diversos títulos y atributos que pertenecen sólo a Dios". John MacArthur
Las fuentes
Las fuentes disponibles para reconstruir la existencia histórica de María son realmente limitadas. En primer lugar, y sin que pueda establecerse ningún tipo de comparación con otras fuentes, se encuentran los cuatro Evangelios y las escasas referencias del libro de los Hechos. En segundo lugar, están algunos restos arqueológicos cuya pretendida conexión con María resulta, como mínimo, problemática. Finalmente, están algunos escritos apócrifos, datables ya en la Edad Media, cuyo valor histórico es nulo. Los Evangelios, obras escritas antes del año 70 d.C. —incluyendo el Evangelio de Juan—, contienen un relato fiable no solo sobre la Palestina del siglo I d.C., sino también sobre la vida y enseñanza de Jesús.
Breve bosquejo
A partir de los datos contenidos en los Evangelios y en el libro de los Hechos, podemos obtener una visión general de quién fue la María histórica y de cómo fue considerada tanto por Jesús como por los primeros cristianos. Las conclusiones que permiten extraerse de las fuentes son las siguientes:
Era de Nazaret y tenía familiares pertenecientes a la clase sacerdotal.
Estando comprometida con José y siendo virgen, quedó encinta de Jesús por el poder del Espíritu Santo.
Durante tres meses residió con su prima Elisabet —Isabel—, tras lo cual regresó a Nazaret.
Fue a su prima Elisabet a quien comunicó su gozo especial en el pasaje conocido como el Magníficat. En este, María consideraba a Dios su Salvador —lo que, al menos indirectamente, evidencia que se consideraba necesitada de salvación y, por tanto, pecadora—. Le agradecía haberse fijado en ella para ser la madre del Mesías y describía al Señor como fiel a sus promesas, especialmente a la hecha a Abraham, y que obra maravillas.
Su esposo José —con quien no había tenido relaciones sexuales— pensó en repudiarla en secreto, pero advertido en sueños por un ángel, decidió recibirla en su casa.
Dio a luz a Jesús en un pesebre en Belén. Esa misma noche, unos pastores acudieron a glorificar al niño, algo que María guardó en su corazón.
Tras la circuncisión de Jesús y pasados los días de la purificación, realizó la ofrenda en el templo. La cuantía de la misma indica que José y María pertenecían a la clase humilde. Durante esta visita, Simeón y Ana señalaron al niño como el Mesías.
Pasado algún tiempo, José, María y Jesús recibieron la visita de unos magos que venían a adorar al recién nacido. Solo el aviso de un ángel, que José recibió en sueños, permitió que el niño se salvara de los proyectos asesinos de Herodes. José y María huyeron a Egipto, llevando al niño con ellos.
A la muerte de Herodes, toda la familia regresó y se asentó en Nazaret.
A los 12 años, Jesús se extravió en el templo, pero ni María ni José comprendieron la respuesta que Él les dio.
Durante el ministerio público de Jesús, María intentó intervenir en varias ocasiones, pero su hijo rechazó tales intentos.
Asimismo, Jesús rechazó cualquier posibilidad de que su madre contara con prerrogativas especiales. Por el contrario, afirmó que su madre era quien obedecía la palabra de Dios y que más dichoso que su madre era aquel que hacía la voluntad del Señor.
En el momento de su muerte, Jesús encomendó el cuidado de su madre al discípulo amado.
No tenemos ningún dato que permita suponer que María experimentó alguna de las apariciones de Jesús resucitado.
En el año 30 d.C., María formaba parte, junto con los hermanos de Jesús, de la comunidad cristiana de Jerusalén. El Nuevo Testamento no menciona más detalles sobre su vida a partir de entonces, lo que indica que su importancia dentro de la iglesia primitiva debió ser muy limitada, si es que no inexistente.
Antes del ministerio de Jesús
Las referencias a María en los escritos bíblicos son siempre indirectas y generalmente relacionadas con la figura de Jesús. En otras palabras, María tiene poca importancia por sí misma y solo es mencionada en la medida en que puede aclarar aspectos específicos de la vida de su hijo. Los primeros datos sobre María se encuentran en los relatos de la concepción y el nacimiento de Jesús (Mateo 1 y 2; Lucas 1 y 2). Según estos relatos, María era "una virgen desposada con un varón llamado José, de la casa de David" (Lucas 1:27) y residía en una "ciudad de Galilea llamada Nazaret" (Lucas 1:26).
El matrimonio judío se contraía en dos etapas: el erusim (compromiso formal sin convivencia) y el nisuim (ceremonia final donde la pareja comenzaba a vivir junta). María quedó embarazada entre estas dos etapas, lo que llevó a José a pensar en repudiarla en secreto. Sin embargo, un ángel le reveló que el embarazo era obra del Espíritu Santo y que el niño sería el Salvador, cumpliendo una profecía. José aceptó a María y no tuvo relaciones sexuales con ella hasta el nacimiento de Jesús.
La experiencia de María se describe en el tercer Evangelio. Tras el anuncio del ángel de que iba a tener un hijo sin haber tenido relaciones sexuales (Lucas 1:34-38), María se dirigió "a la montaña, a una ciudad de Judá" donde vivía su prima Elisabet (Lucas 1:39-40). El encuentro entre ellas, precedido por el salto del niño en el vientre de Elisabet (Lucas 1:41-45), permitió que Elisabet reconociera el don que María llevaba en su seno al Mesías. La respuesta de María a las palabras de Isabel es la referencia más extensa que tenemos sobre los pensamientos de María.
Durante el ministerio de Jesús
En los pasajes que describen el ministerio público de Jesús, se destacan dos características principales de María: su fidelidad al Señor y su imperfección, así como su falta de comprensión completa del ministerio de su hijo.
La primera mención significativa de María se encuentra en las Bodas de Caná (Juan 2:1-11). María, presente en el evento, notó que se había acabado el vino y lo mencionó a Jesús (2:3). Aunque su intención era buena, algunos Padres de la Iglesia, como Juan Crisóstomo, sugirieron que buscaba preeminencia. Sin embargo, también reveló un desconocimiento de la misión de Jesús. La respuesta de Jesús fue clara: «¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha llegado mi hora» (Juan 2:4). La traducción de este texto griego al arameo original muestra que Jesús rechazó cualquier mediación de su madre, al llamarla «mujer» y afirmar que su petición no era relevante. María, al comprender esto, se limitó a instruir a los sirvientes que hicieran lo que Jesús dijera, permitiendo así que él realizara el milagro.
Este intento de intervención en el ministerio de Jesús se repite en los evangelios. Cuando María y los hermanos de Jesús intentaron interrumpir su predicación, Jesús respondió: «He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana y madre» (Mateo 12:48-50; Marcos 3:31-36; Lucas 8:19-21). Jesús no otorgó un trato especial a su madre solo por serlo; valoró igualmente a cualquiera que hiciera la voluntad de Dios. Aunque reconoció la bendición de haber sido su madre, Jesús enfatizó que la verdadera bienaventuranza estaba en escuchar y obedecer la palabra de Dios (Lucas 11:27-28). En síntesis, mientras Jesús valoraba la maternidad de María, subrayó que la verdadera bendición radica en seguir la palabra de Dios y hacer su voluntad, estableciendo claramente las prioridades de su ministerio.
Después de la muerte y resurrección de Jesús
Los datos históricos sobre María después de la muerte de Jesús son muy limitados, lo que sugiere, aunque de manera indirecta, que no desempeñó un papel destacado en la comunidad cristiana primitiva. No hay evidencia de que fuera testigo de ninguna de las apariciones de Jesús; la única posibilidad, aunque incierta, es que haya formado parte del grupo de más de quinientos hermanos mencionado por Pablo en 1 Corintios 15:6.
Sabemos que estuvo presente en las reuniones de la comunidad cristiana de Jerusalén (Hechos 1:14), lo que sugiere que podría haber estado también en el derramamiento del Espíritu Santo en Pentecostés, aunque esto no se puede confirmar. Después de Hechos 1:14, su presencia en las Escrituras se pierde.
Una aplicación práctica
Es difícil encontrar a alguien en el mundo cristiano que no conozca la historia de María. Aunque algunos la veneran y la idolatran erróneamente, esto no debe impedirnos reconocer su vida y sus actos como dignos de imitación. Una larga tradición de almas demasiado entusiastas a lo largo de la historia erróneamente la han exaltado al estatus divino. Por desgracia, incluso en nuestra era, María, no Cristo, es el punto central de la adoración y afecto religioso para millones. Ellos piensan en ella como más accesible y más simpática que Cristo. Se le venera como la Virgen perfecta, supuestamente sin ser tocada por el pecado original, una virgen perpetua, e incluso corredentora con Cristo mismo. Sin embargo, bíblicamente hablando, la Escritura nos presenta algunas lecciones que podemos aprender de María:
Su fe: María no dudó de la posibilidad del milagro que se le anunciaba, sino que mostró una curiosidad genuina sobre cómo ocurriría. Su fe en el poder de Dios le permitió obedecer sin cuestionar las promesas divinas (Lc. 1:18).
Su obediencia: A pesar de las posibles consecuencias personales y sociales, María aceptó el papel que Dios le encomendaba con una actitud de servicio (Lc. 1:38). Su respuesta fue un ejemplo de sacrificio vivo y obediencia, como se describe en Romanos 12:1.
Su conocimiento de las Escrituras: María mostró un profundo entendimiento de las Escrituras, reflejado en el “Magníficat”. Su conocimiento del Antiguo Testamento y su comprensión de la profecía del ángel indican que su fe estaba fundamentada en un sólido conocimiento de la Palabra de Dios (Lc. 1:47, Ro. 10:17, 1 Sam. 2:1-10, Lc. 1:32-33).
Su humildad: A pesar del gran privilegio de ser la madre del Salvador, María se mantuvo humilde. No buscó la alabanza ni hizo alarde de su posición. En lugar de eso, atesoró estos eventos en su corazón, mostrando una humildad ejemplar (Mt. 2:11; Lc. 2:13; Lc. 2:19; 51).
María encarnó una humildad que no es egoísta sino una justa evaluación de uno mismo, reconociendo que lo que se tiene es fruto de la gracia de Dios. Esta actitud aplaca la arrogancia y enfoca en el verdadero protagonista de la vida: Dios. La vida de María, llena de fe, conocimiento de Dios y humildad, nos guía a exaltar al único digno de gloria. Como ella, podemos proclamar: “Mi alma engrandece al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador” (Lc. 1:46-47). Ninguna de las virtudes de María, tan dignas de admiración, se centra en ella misma. Todo lo que hemos observado se dirige hacia ese Hijo que, por gracia, estuvo en su vientre; ese Hijo que sería el Salvador de su propia vida y de toda la humanidad; ese Hijo que vivió en completa obediencia al Padre y que es la encarnación misma de la humildad. La vida de María y el ejemplo de su carácter nos inspiran a glorificar al único digno de toda alabanza: Jesucristo.
Sin embargo, ¿qué sucede con María después de Pentecostés? ¿Qué hay sobre sus padres, Joaquín y Ana? ¿Qué registros históricos existen de ellos? ¿Cuáles son las fuentes históricas que le dieron forma a la posterior canonización? Con respecto a los hermanos y hermanas de Jesús, ¿eran realmente hermanos de sangre, hijos de José y María? ¿O eran primos hermanos o hijos de un matrimonio previo de José? ¿Falleció realmente María o fue elevada al cielo en cuerpo y alma? ¿Cómo fue el posterior desarrollo mariológico por parte de la Iglesia Católica Romana a lo largo de los siglos? Preguntas que iremos respondiendo a lo largo de los siguientes artículos.
Fuentes:
Chárbela El Hage de Salcedo, María: Una vida de fe, obediencia, y humildad, Coalición por el Evangelio, 11 abril 2017.
R.C. Sproul, Nacido de la virgen María, Coalición por el Evangelio, 1 enero 2018.
Cristiano Reformado, ¿Quién era la Virgen María y quién no era?, 7 diciembre 2014.
César Vidal, El mito de María, Editorial Chick, 1995, pp. 9- 27
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