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Foto del escritorEric Mansilla

María: la construcción de un mito - Parte IV - SU FALLECIMIENTO


Esta es la cuarta parte de María: la construcción de un mito, una miniserie sobre los puntos más importantes de la Mariología católica apostólica romana.

Nada sabemos de María después de Pentecostés del año 30 d.C. Es posible que muriera poco después, ya que ni Lucas vuelve a mencionarla en los Hechos, ni encontramos citas sobre ella en los escritos apostólicos. La Biblia menciona por última vez a María, la madre de Jesús, cuando el Espíritu Santo descendió sobre ella (y muchos otros) el día de Pentecostés (Hechos 2:1-4). Después de esto, no sabemos nada más sobre María en la Biblia. Lo más probable es que María viviera sus últimos años en la casa de Juan, según Juan 19:27. No se sabe con exactitud dónde vivía Juan. Es posible que tuviera una casa en Jerusalén o en Éfeso.


Aunque la leyenda ha querido situarla en Éfeso acompañando a Juan —de hecho, allí se enseña a los turistas su presunta tumba— hoy sabemos que tal tradición es completamente carente de base. Algunos consideran que, ya que es probable que Juan supervisara muchas de las iglesias de Asia Menor, María fue a Éfeso con Juan y formó parte de la iglesia de Éfeso en la que pastoreaba Timoteo (1 Timoteo 1:3), aunque no lo podemos saber con seguridad. Una tradición dice que María murió en el año 43 d.C. y otra en el 48 d.C., pero no tenemos forma de confirmar ninguna de las dos fechas.

“Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio”. Hebreos 9:27

Visiones, tradiciones y leyendas

Las tradiciones y las leyendas tratan de llenar de más detalles lo que pudo ocurrirle a María en los años posteriores a Pentecostés. Una leyenda dice que María nunca vivió en Éfeso, sino que se instaló en una pequeña casa de piedra construida sobre un manantial en una colina a las afueras de Jerusalén. Según la leyenda, la casa de María incluía un lugar de oración y una habitación en la que colocaba una cruz. Según la leyenda, detrás de su casa, María levantó piedras conmemorativas marcando varias etapas de la cruz. Otra leyenda dice que José de Arimatea, un tiempo después de la crucifixión de Jesús, llevó a María a Glastonbury, al sur de Inglaterra. Allí vivió sus últimos días y fue enterrada junto con el Santo Grial. Ninguna de estas leyendas está respaldada por pruebas históricas.

Sin embargo, a principios del siglo XIX, la mística católica Ana Catalina Emmerich, nacida en Westfalia en 1774 y fallecida en 1824, afirmó tener visiones de hechos relacionados con personajes bíblicos e insistió en que María había ido a Éfeso con el apóstol Juan y que había muerto en Panagaguia Kapuli, al sur de la ciudad. Ana Catalina era una monja agustina que, aunque todavía decenas de miles de católicos aceptan las visiones de Ana Catalina Emmerich como auténticas, lo cierto es que autores nada sospechosos de anticatolicismo, como el sacerdote franciscano Eugene Ploade, reconocen dichas visiones como «pura fantasía».

Fuentes históricas sobre la muerte de María

Más certeros, sin embargo, son los datos referentes al entierro y al destino final del cuerpo de María, ambos ubicados en Jerusalén. Los textos apócrifos, entre el segundo al cuarto siglo son todos favorables a la tradición de que María falleció y fue enterrada en Jerusalén. De acuerdo al texto apócrifo Actos de San Juan por Prochurus, escrito (160 – 170) por Lencius, narra la vida del apóstol Juan, su ministerio y su estancia en Éfeso, acompañado solo por Prochurus o Prócoro, luego de la muerte de María.

Por otro lado, las dos cartas B. Inatii missa S. Joanni, también conocidas como "Cartas del Beato Ignacio enviadas a San Juan", escritas cerca del 370 relatan una serie de eventos que intentan llenar el vacío narrativo sobre lo que sucedió con ella después de los relatos del Nuevo Testamento. Las cartas presentan a la Virgen María en relación con los apóstoles, especialmente con San Juan, quien, según la tradición, la cuidó tras la crucifixión de Jesús, y muestran que efectivamente María pasó el resto de sus días en Jerusalén.


La apócrifa Joannis liber de Dormitione Mariae, (363) conocida como "Carta de Dionisio el Areopagita al obispo Tito", narra como el converso de Pablo en Atenas, Dionisio el Areopagita (Hechos 17:34), sitúa muerte de María en Jersusalén, y su tumba en el Huerto de Getsemaní. De la misma forma, en el tratado De transitu B.M. Virginis" (siglo cuarto), "Sobre el tránsito de la Bienaventurada Virgen María", también coloca la tumba de María en Getsemaní, en el valle de Josafat, lo cual es coherente con varias tradiciones que sostienen que María fue enterrada en Jerusalén, cerca del Monte de los Olivos.

Desde un punto de vista histórico estos trabajos, aunque apócrifos, tienen valor real, reflejando como lo hace la tradición de los primeros siglos. Por otra parte, al comienzo del siglo V el Itinerarium Antonini Placentini, un texto anónimo, narra el peregrinaje hacia la tumba de la Virgen en Jerusalén por parte de un peregrino de Armenia. Además, el Breviarius de Hierusalem, escrito alrededor del 431, ofrece una descripción detallada de los lugares sagrados en Jerusalén. Es una fuente importante para el estudio de la topografía y la tradición cristiana en Tierra Santa durante ese período, y en él se menciona que la tumba de la Virgen María se encontraba en el valle de Josafat, ayudando a confirmar la veneración cristiana temprana de “ la basílica de la Santa Maria, la cual contiene su sepulcro”.

Lo mismo ocurre con San Gregorio de Tours, San Modesto y San Sofronio, Patriarcas de Jerusalén, San Germano, Patriarca de Constantinopla, San Andrés, obispo de Creta, Juan de Tesalónica, Hipólito de Tebas, Bede el Venerable enseñaban los hechos y sobrellevan testigos de esta tradición que fue aceptada por todas las Iglesias de Oriente y Occidente.


Todas las fuentes relativas a la muerte de María concuerdan en establecer que fue sepultada en un sepulcro nuevo, en el Cedrón, en el valle de Josafat, en la parte del monte de los Olivos, en un jardín denominado Getsemaní. En otras palabras, según las primeras fuentes históricas cristianas apócrifas extra bíblicas, María no falleció en Éfeso sino en Jerusalén —donde nos despedimos de ella en el Nuevo Testamento— y, contra lo que cabría esperar según el dogma católico, su cuerpo no ascendió al cielo sino que fue sepultado.

La arqueología

Una inundación acontecida en febrero de 1972 llenó de agua y barro la supuesta tumba de María en Getsemaní y obligó a las comunidades griega y armenia, que oficiaban en el lugar, a efectuar una restauración del enclave. Aquel hecho permitió un análisis arqueológico del sitio, que fue realizado por el arqueólogo y fraile franciscano Bellarmino Bagatti. Las conclusiones emitidas por este arqueólogo abogaban por la identificación del lugar con el sepulcro de María. Este se habría hallado en un complejo funerario del primer siglo, que fue conservado intacto hasta la época de Teodosio I (a. 379-395). Aunque la evidencia no es totalmente indiscutible, sí proporciona una certeza razonable acerca de la muerte y sepultura de María en Jerusalén.

A partir del siglo quinto después de Cristo, diversos templos han sido levantados en este lugar en honor de María, pero la doctrina de una Asunción de María a los cielos nunca fue asociada con el mismo hasta, como mínimo, el siglo XIV. De hecho, en plena Edad Media, cuando los cruzados reconstruyeron hacia 1130 la tumba de María —que probablemente había sido arrasada por Al-Hákim en 1099— no hay evidencias de que llegaran a identificar ese lugar con la Asunción de María sino sólo con su muerte y sepultura. Una vez más, el registro histórico parece predestinado a chocar con el mito posterior de María.

Últimas palabras

Los datos históricos de que disponemos en relación con el tramo final de la vida de María son extremadamente reducidos. Por el libro de los Hechos sabemos que formaba parte de la iglesia primitiva de Jerusalén, pero no volvemos a tener noticias suyas después de Pentecostés. Lo más probable es que falleciera en Jerusalén y fuera sepultada en esta ciudad. Así parecen indicarlo con relativa certeza diversos escritos antiguos y la evidencia arqueológica.


Sí resulta indiscutible que la idea de un viaje de María a Éfeso en compañía del apóstol Juan no pasa de ser mera leyenda. Las fuentes históricas nos indican asimismo que no existe ninguna huella histórica en los primeros siglos del cristianismo en relación con la creencia en la virginidad perpetua de María, la doctrina de su asunción a los cielos o la identificación de sus padres, supuestamente llamados Joaquín y Ana. Mucho menos encontramos signos de un culto cuyo destinatario fuera la figura de María. Al contrario de lo creído hoy en día por decenas de millones de personas, el Nuevo Testamento y buen número de Padres de la Iglesia indican claramente que María tuvo más hijos. Además, las fuentes arqueológicas señalan que los cristianos sabían que había muerto e incluso identificaban cierto sepulcro de Jerusalén con su tumba, pero sin hacer ninguna referencia a su asunción al menos antes de la Edad Media. Si deseamos ser honrados con lo que nos han transmitido las diferentes fuentes históricas, escritas y arqueológicas, bíblicas y extra-bíblicas; si pretendemos actuar con sincera honestidad ante el peso de la evidencia; si buscamos establecer la verdad sobre criterios fidedignos, debemos reconocer que media un abismo entre lo recogido en las mismas y lo creído, posiblemente de buena fe pero sin criterios sólidos, por millones de personas.


Fuentes:


SOBRE EL AUTOR

Eric Mansilla tiene 30 años, es productor audiovisual y es parte de la Iglesia Nueva Vida de San Francisco, Córdoba, Argentina. Además, sirve en el Ministerio de Jóvenes de dicha congregación, trabaja de manera freelance, y es admin de Defensio Fidei.


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