Michel Foucault, figura crucial en el cambio hacia el relativismo posmoderno, decía que las autoridades que detentan el poder nos han engañado. En otras palabras; hemos aceptado un punto de vista particular sobre lo que pensamos que es conocimiento confiable, pero nuestras creencias consisten en aquello que ha sido impuesto sobre nosotros por parte de quienes tienen el poder sobre las masas.
En esto consiste, en síntesis, el argumento de El Código Da Vinci sobre la Biblia y el cristianismo. ¿Es verdad, entonces, que en realidad no existe un cristianismo bíblico y ortodoxo sino, un solo tipo de cristianismo que resultó victorioso de todos los demás grupos y sectas?
“Lejos de ser las voces alternativas de los primeros seguidores de Jesús, prácticamente todos los evangelios perdidos deben verse más bien como los escritos de disidentes mucho más tardíos que rompieron con una iglesia ortodoxa ya establecida”. Philip Jenkins (Doctor en Filosofía, profesor de Historia y Religión, Universidad Estatal de Pensilvania)
La “creación” de la Biblia
El erudito agnóstico Bart Ehrman, en su libro Cristianismos perdidos argumenta que el cristianismo bíblico se remonta a una forma, de tantas, de cristianismo; la cual emergió victoriosa de conflictos de los siglos II y III. Esa forma de cristianismo no solo decidió cual era la perspectiva cristiana “correcta”, sino que también determinó que otras formas de cristianismo serían marginadas, apartadas o destruidas, decidiendo así qué libros serían canonizados e incluidos en la Biblia y que otros serían considerados heréticos.
Sin embargo, ¿fue el cristianismo bíblico, oficial y ortodoxo establecido por los vencedores de antiguos debates religiosos y políticos? ¿Qué nos dicen las evidencias históricas?
Desde antes del año 125, mucho antes de que se escribieran los evangelios perdidos, existen un buen número de documentos genuinamente tempranos de la antigüedad cristiana, los cuales nos dan una imagen muy consistente de una iglesia que ya es jerárquica y litúrgica, que posee un clero organizado y que es muy sensible a asuntos de ortodoxia doctrinal.
Del mismo modo que los evangelios y demás libros canónicos, presentes hoy en la Biblia, existieron antes que los evangelios perdidos; así la Iglesia bíblica y doctrinalmente ortodoxa precedió a los herejes.
Los “otros” libros
La datación de los textos extracanónicos es crucial para determinar su autenticidad. Craig Evans, experto en Nuevo Testamento explica que ninguno de los libros extracanónicos se originó antes de mediados del siglo II y, dado que tienen fechas tan tardías, no es probable que contengan información que añada a nuestro conocimiento de Jesús, presente en los evangelios canónicos. El problema no es la utilización de fuentes extrabíblicas para informar nuestros estudios de la Biblia, sino la “aceptación casi siempre acrítica de algunos de los evangelios extracanónicos”.
El teólogo y especialista en Nuevo Testamento, Michael F. Bird afirma que el rechazo de los “otros” evangelios por parte de las iglesias protoortodoxas y ortodoxas no fue arbitrario ni meramente político. Es decir, además de ser textos tardíos y tendenciosos, se trataban de libros de dudosa procedencia, sin relación alguna con los primeros seguidores de Jesús. Casi siempre eran elitistas, esotéricos o erróneos sobre Dios, la creación, el pecado, la santidad, la ética y la redención. También presentaban a un "Jesús" que no era congruente con la tradición recibida de los apóstoles: los testigos oculares de Jesucristo.
Aparte de los problemas de datación, el erudito John P. Meier encuentra que ninguno de los evangelios extracanónicos nos ofrece nueva información confiable o dichos auténticos que sean independientes al Nuevo Testamento. Lo que más bien vemos en estos documentos tardíos es la reacción a los libros canónicos del Nuevo Testamento y/o su reformulación por parte de grupos sectarios, gnósticos, místicos o judíos enfrascados en polémicas o leyendas especulativas e imaginarias.
¿Fue entonces el cristianismo oficial establecido por los vencedores de antiguos debates religiosos y políticos? Tal y como se ha expuesto, las evidencias históricas comprueban que no.
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Fuente:
Josh y Sean McDowell, Evidencia que demanda un veredicto, Editorial Mundo Hispano, 2018, pp. 144-147 CONSIGUE EL LIBRO AQUÍ
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